El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 20

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Ícaro Xerxes quedó encantado de inmediato con el Fuerte Oscuro. ¡Qué lugar más maligno y tenebroso!, ¡qué diferencia con aquellas instituciones tan luminosamente alegres que había conocido en los terrenos del Bien! Su corazón estaba henchido de orgullo ante la perspectiva de que los suyos habían creado un lugar tan maravilloso. Sus padres habrían estado orgullosos.

Poco después de llegar a Kil-Kyron, cuando ya conocía todo el Fuerte, decidió ir a explorar también las faldas del Kil-Kanan, puesto que había aprendido del maestro Chen-Pang la importancia de conocer el terreno para poder aprovecharlo en una batalla. Así que se dirigió, primero, a la aldea maligna de Surlán.

Allí, se deleitó una vez más al ver la malvada felicidad en la que vivían los aldeanos. ¡Ah, si él hubiese tenido la oportunidad de crecer así! Esperaba que los jovencitos del poblado apreciasen su suerte; y lo hacían, o eso parecía por el número de animales empalados y macetas de cardos destruidas que encontraba en su camino. Los hermosamente feos cardos estaban por todas partes; los aldeanos parecían cuidar mucho el aspecto de su aldea, e Ícaro Xerxes no los culpaba. Paseando por la calle principal, con aire satisfecho, su mirada tropezó con una muchacha que cavaba en la tierra frente al porche de su casa, al parecer también reemplazando margaritas por cardos.

Inmediatamente la muchacha llamó su atención. Era tan hermosa que por un momento no se acordó ni de respirar; su largo cabello dorado estaba recogido a su espalda, y sus ojos eran tan azules que parecían violetas (aunque a ratos también parecían rosas), y resplandecían con luz propia. Estaba cavando en la tierra con las manos desnudas, y las tenía llenas de heridas de tanto coger cardos.

Ícaro Xerxes se acercó a ella sin pensar, con la intención de tomar sus manos entre las suyas. En ese momento escuchó un ladrido; un perro salió corriendo de detrás de la casa y se abalanzó sobre él.

—¡No, Blancur! —gritó la chica, con un tono de voz tan angelical que casi hipnotizó a Ícaro.

Sin embargo, Ícaro había aprendido muy bien en su vida a estar atento a lo que pasaba a su alrededor; se movió bruscamente y esquivó al perro, colocándose en guardia. El perro se colocó entre él y la chica, gruñendo amenazadoramente.

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