El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 35

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Marinina siguió al jefe de sección por los pasillos del Centro Social de Aguascristalinas. Ni los asistentes sociales ni Caritio Bancraacs los acompañaban; tanto uno como otros se habían quedado en aquella habitación bien ventilada y decorada, comentando preocupados aquel giro de los acontecimientos, mientras su superior conducía a Maricrís a través del edificio, pasando por secciones cada vez más oscuras y menos alegres. Se encontraron a pocas personas, todas sacerdotes del Bien con el ceño fruncido y expresión agriada.

—¿Dónde vamos? —preguntó Maricrís, asustada.

—Te conduzco hacia la Prueba —dijo el jefe de sección, que también tenía cara de pocos amigos—. Si la superas, te aceptaremos como una de los nuestros. Si no… tus días estarán contados, engendro del Mal.

Marinina se encogió ante la mirada amenazante del hombre.

—No soy ningún engendro del Mal —protestó.

—Eso ya lo veremos —dijo el jefe de sección, abriendo una puerta—. Pasa… y espera.

Intimidada por aquellas malas maneras, Maricrís cruzó la puerta, y se encontró en una habitación vacía, con solo un sofá (eso sí, tapizado a la última moda) en el centro.

—¿Qué tengo que…? —comenzó, pero la puerta se cerró tras ella.

Angustiada, fue a sentarse en el sofá; se llevó las manos a los ojos, y comenzó a sollozar.

—¿Qué puedo hacer para convencer a esta buena gente de que no quiero engañarlos? —exclamó, sorbiéndose los mocos—. ¿Qué debo hacer para que me acepten? ¡Oh, si solo no hubiese nacido en ese territorio del Mal absoluto que es Kil-Kyron!

Continuó llorando un rato; se sentía muy desgraciada. Aquel cuartucho, además, era muy siniestro; no tenía ventanas, y solo una lámpara que lo iluminaba muy tenuemente, y con una luz muy fría. Por si fuera poco, la última moda en tapizados era horrenda, y el sofá era uno de estos cuadrados con el respaldo muy bajo, con lo que no era nada cómodo. Si Marinina no hubiese estado en territorio del Bien, y sabido que todos allí eran benignos y benévolos y que jamás harían daño a nadie por su propia voluntad, habría pensado que estaban intentando incomodarla aposta. Pero, por supuesto, eso no era posible, pese a lo cual siguió sollozando y sintiéndose infeliz un buen rato más… hasta que un fuerte ruido sonó a su derecha.

—¡Oh! —se sobresaltó—. ¿Qué ha sido eso?

Escrutó aquella parte de la habitación; como había tan poca luz, apenas se distinguía nada con claridad. Pero podía ver que algo se movía, acompañado por un chirriante sonido de engranajes…

 

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