El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 36

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—¿Quién hay ahí? —exclamó Maricrís.

Nadie contestó; el sonido de engranajes continuó, hasta que de repente apareció una rendija de luz en la pared, y Marinina, que ya se estaba escondiendo tras el sofá, se percató de lo que ocurría: se estaba abriendo una puerta secreta.

Lentamente pero sin pausa la puerta se abrió por completo, y reveló un pasadizo iluminado por una falsa antorcha de LEDs que ardía con luz azul. Marinina se asomó, desconfiada.

—¿Hola? —llamó—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Por un momento no obtuvo respuesta; ya se estaba preguntando si sería mejor adentrarse en el pasadizo o si debía quedarse en la habitación, cuando al fin se escuchó una voz desgarrada:

—¡Socorro! —gritaba alguien, con tono muy agudo—. ¡Socorro!

—¡Oh, no! —Marinina pegó un bote, y, llevada por sus amables y magníficos instintos naturales, se plantó en el pasadizo de un salto—. ¡Aguanta, quienquiera que seas!

Corrió por el pasillo, en dirección al lugar del que venía la voz. Pronto se encontró en una enorme cámara de paredes desnudas, donde un horrible y enorme monstruo de cuatro brazos, con cuernos en vez de cabellos, músculos prominentes y un solo ojo en la cabeza, retenía a un jovencito imberbe, y amenazaba con aplastarlo.

—¡Socorro! —gritaba el joven, atrapado por dos de los cuatro brazos del monstruo—. ¡Que alguien me ayude!

—¡Oh! —gritó Maricrís—. ¡Aguanta! ¡Yo te ayudaré!

Se acercó más, armada únicamente con la fuerza de su bondad; pero, después de que diera un par de pasos, el monstruo bramó:

—¡Más carne humana! —y, relamiéndose, alargó sus otros dos brazos hacia Maricrís—. ¡Más tierna y jugosa carne humana!

—¡Ten cuidado, hermosa doncella! —dijo entonces el jovencito—. ¡También te atrapará a ti! ¡Corre, y salva tu vida!

—Pero, si no te ayudo, ¡ese monstruo te devorará! —protestó Marinina.

—¡Si nos devora a los dos, no quedará nadie que pueda avisar al resto del edificio! —gritó el joven—. ¡Muchas más personas morirán! ¡Debes huir y avisarlos!

—¡No puedo abandonarte! —se lamentó Marinina.

—Si no lo haces, ¡otros morirán! —dijo el hombre—. ¿Qué harás, joven doncella?

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