—Sí, gracias —contestó Godorik.
—Bien, bien —dijo el hombre, y siguió su camino.
Godorik lo vio alejarse. Estaba seguro de que le sonaba de algo, pero no sabía de qué. Pero pronto se perdió entre la multitud, y Godorik se olvidó de él.
Continuó subiendo al poco rato, y en nada se encontró en la fantásticamente amplia entrada del nivel 1. Sin dejarse impresionar por las (por otra parte pasadas de moda) fuertemente recargadas decoraciones de las columnas, se encaminó hacia la comisaría.
—Necesito hablar con el Comisario General —pidió.
—Tut tut —contestó el empleado robotizado que lo atendió—, el Comisario General está muy ocupado. Ponga una queja, y se resolverá en un intervalo de tres a cinco semanas.
—No tengo de tres a cinco semanas —protestó Godorik—. Esto es una emergencia. Necesito hablar con el Comisario General.
—Ponga una queja de emergencia —sugirió el robot.
—Es un aviso de actividad terrorista —insistió Godorik, empezando a cabrearse.
—Ponga una queja de emergencia por aviso de actividad terrorista —fue la respuesta del empleado robotizado.
Godorik, a punto de estallar, respiró profundamente y tomó la hoja que le tendía el robot. Se sentó a una de las mesas y comenzó a rellenarla, escribiendo en letras grandes «DENUNCIA DE HOMICIDIOS E INTENTO DE HOMICIDIO CON SOSPECHA DE ACTIVIDAD TERRORISTA», y el resto de los detalles de lo que había pasado. Finalmente, entregó la hoja de nuevo al robot con cara de pocos amigos.
El robot leyó el impreso sin alterarse, y cuando terminó lo colocó en el tubo aspirador de papeles cuyo letrero rezaba «EMERGENCIAS Y SUCESOS URGENTES CON SALTO DE ALARMA». En cuanto el tubo aspiró el papel, se encendió una lucecita roja y empezó a sonar una molesta alarma.
—Por favor, acompáñeme —dijo a Godorik, y se levantó—. Vamos a ver al Subcomisario.