Godorik, el magnífico · Página 33

Sí; Quirone era bastante gracioso. Godorik observó anonadado cómo la policía montaba guardia frente a su casa. No es que le extrañase demasiado; al fin y al cabo, los mensajes viajaban de un nivel a otro a la velocidad de la luz, y él había escrito su nombre en la queja que había entregado en la comisaría. No se necesitaba más; la Computadora conocía todos sus datos. Sabía dónde vivía y dónde trabajaba, quiénes eran sus amigos y quién su novia, a qué hora se levantaba y la marca de pasta dentífrica que utilizaba. Incluso aunque no hubiera revelado su nombre, probablemente lo habrían descubierto pronto, cotejando su imagen en las cámaras de vigilancia con los bancos de datos. Pero ¿por qué? La actitud repentina del Comisario General le resultaba inexplicable; y, aunque era cierto que el implante de piezas mecánicas sin autorización era ilegal, Godorik había imaginado que la totalidad de su historia le proporcionaba una excusa bastante decente. Y, además, que había partes más preocupantes en ella que esa.

Preocupado por que alguien echara un vistazo en su dirección y lo descubriera, se retiró a un callejón, y meditó qué hacer. Su primera idea fue ir a avisar a Mariana; todo aquello podía traerle problemas también a ella. Pero luego descartó esa idea. Era improbable que le ocurriera algo mientras no supiese nada; y, por tanto, mientras menos supiese, mejor. Lo mismo valía para sus amigos, y lo dejaba sin la más mínima idea de a dónde ir. Pensó en esconderse en la oficina, pero sería bastante estúpido. Dándole vueltas, mientras a la vez daba vueltas literalmente por el barrio, se le ocurrió el único lugar al que podía ir: el Hoyo.

El doctor Voy-A-Convertirte-En-Un-Cyborg y aquel robot tan susceptible le habían ayudado de buena gana antes; y, después de aquel discurso anticomputadora, y el hecho de que vivían dentro del Hoyo, Godorik sospechaba que ni su estatus jurídico-policial les preocuparía mucho, ni la Computadora tendría demasiada información sobre ellos. Era un buen escondite, o, al menos, era el único que se le vino a la mente.

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