El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 45

45

Los clientes de la cantina, que en ese momento eran un público muy atento a la escena que se estaba desarrollando frente a sus ojos, dieron un respingo. ¿Cómo se atrevía aquel muchacho a contradecir al Gran Emperador?

Orosc Vlendgeron, sin embargo, emitió un suspiro.

—Explícate —farfulló.

—Este ataque tenía que ocurrir tarde o temprano —analizó correctamente Ícaro Xerxes, sin dejarse intimidar—, pero eso no quiere decir que debamos rehuirlo. ¡Al contrario! ¡Esta es la oportunidad perfecta, la chispa que necesitamos para reanudar la batalla contra el Bien! Debemos dejar que nos ataquen, debemos enfrentarnos a ellos, y debemos vencer.

Vlendgeron lo miró con los ojos entrecerrados.

—Las fuerzas del Bien nos superan en número, por cien a uno —dijo—. ¿Cómo piensas vencerlas?

—Gran Emperador —repuso el joven—, sus fuerzas son benignas. No poseen la sublime naturaleza, el intrínseco poder destructor del Mal. ¡Por mucho que nos superen en número, uno solo de nosotros es más poderoso que todos ellos! —alzó la voz—. ¡Sabemos que venceremos, porque nosotros conocemos la verdad del Mal, y ellos están equivocados!

El público rompió en murmullos. Los clientes de la cantina se miraban unos a otros, asintiendo y susurrándose mutuamente «tiene razón».

—Escucha… —comenzó Orosc, molesto. Pero Ícaro Xerxes estaba muy metido en su monólogo, y continuó:

—¡Debemos organizarnos cuanto antes! Esos benignos sacerdotes no saben contra quiénes se enfrentan. ¡Llamad a vuestros generales, Gran Emperador! ¡Llamadlos y decidles que es el momento de luchar; que el pío Bien va a ser derrotado de una vez por todas!

Los allí presentes comenzaron a silbar y a patalear. Unos pocos se levantaron y aplaudieron ruidosamente, y al cabo de un momento ya no se oía nada más que gritos de «¡a por ellos!» y «¡destruyámoslos a todos!».

Ícaro Xerxes, que ya casi ni prestaba atención al Gran Emperador, se puso a aplaudir también. Orosc Vlendgeron contempló todo aquello, desconcertado.

—Por las barbas de Vinne Vingard, muchacho —gruñó—. Eres un auténtico faro de oscuridad.

Godorik, el magnífico · Página 64

Siguió corriendo hasta llegar a los ascensores. Se encerró en uno sin perder un instante; temía que lo persiguieran, aunque no había visto a nadie detrás de él desde que dejó atrás al sereno. Apretó el botón del nivel 27, y respiró aliviado cuando el cacharro se puso en marcha; pero el alivio le duró apenas unos segundos, cuando de repente el ascensor se tambaleó y se paró en seco. Godorik perdió el equilibrio y cayó al suelo.

—¿Qué ocurre? —farfulló, levantándose de un salto. No tardó en obtener respuesta, porque casi inmediatamente se encendió la pantalla del ascensor, y apareció el logo de la policía de Betonia.

—Este ascensor ha sido detenido a petición de la policía —informó la voz automatizada del sistema—. La causa de la detención es el incidente #17: potencial sospechoso a bordo.

—Bien, ¡gracias por la información! —estalló Godorik, muy agitado, mirando a su alrededor en busca de algún lugar por el que escapar. Al menos tenía la constatación de que antes, cuando no quería usar el ascensor, no estaba siendo demasiado paranoide. Pero ahora tenía que salir de allí, y no sabía cómo: por supuesto, la puerta no se abría, el techo no tenía ninguna portezuela de emergencia, y no había ningún otro indicio de una abertura que condujese fuera de aquella caja metálica—. Ah, ¡a hacer puñetas!

Dio un paso atrás para tomar impulso, y sin más dilación estampó el puño contra la puerta del ascensor. Esta se abolló. Godorik se echó hacia atrás de nuevo, y volvió a golpearla varias veces, hasta que los goznes cedieron y la puerta se desprendió del marco.

—Atención, atención —informó la voz automática—. El ascensor ha sido dañado por causas desconocidas. Rogamos a los pasajeros que se mantengan en el interior hasta que pueda ser enviado un equipo de ayuda.

Godorik, el magnífico · Página 63

—¿Que qué? —se sorprendió el hombre, dejando de lloriquear por un breve instante. Godorik bufó, por fin completamente convencido de que todo aquello no tenía ninguna relación con él ni con sus asuntos. Lanzó el taco de papeles sobre un mueble, dejó la bola de nuevo sobre la mesilla, se dio la vuelta y se encaminó hacia la ventana por la que había entrado.

—¿Qué hace usted? —se extrañó Gidolet, que no entendía nada—. ¿Es que no va a denunciarme, arrestarme, asesinarme o por lo menos llevarse las pruebas?

—No —contestó Godorik, preparándose para salir—. Que tenga usted una buena noche.

—¿De qué va esto? —quiso saber Severi Gidolet, muy confundido.

—De nada de lo que tenga que preocuparse —afirmó Godorik, y echó una ojeada al agujero del vidrio—. Ejem, disculpe que haya roto su ventana y registrado su casa. Ha sido por una buena causa, se lo aseguro.

Gidolet entrecerró los ojos, y pareció caer en la cuenta de algo.

—¿Es usted un ladrón vulgar y corriente? —se ofuscó—. ¿No un mercenario a sueldo o un agente de la Computadora?

—Soy un investigador independiente que está intentando evitar un desastre a nivel metropolitano —respondió a eso Godorik—. ¿Le importa que use la puerta?

—¡Voy a llamar a la policía! —exclamó Gidolet.

—Entonces, nada —se despidió Godorik, y abrió la ventana y salió. Dio unos pasos por el alféizar, miró hacia abajo, y saltó hacia el suelo sin pensárselo dos veces. Severi Gidolet se asomó medio segundo después; aún no las tenía todas consigo.

—¡Vuelva aquí! —gritó, agitando el puño en dirección a su objetivo, que ya huía calle abajo—. ¡Vuelva aquí! ¡Detengan a ese hombre!

Pero no había mucha gente cerca que pudiera hacer caso a eso. Godorik pasó varias manzanas antes de encontrarse con uno de los serenos, que al oír el griterío se había acercado; pero el pobre hombre ni siquiera se enteró de lo que ocurría antes de que Godorik lo alcanzara y pasara corriendo a toda velocidad.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 44

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Para variar, el Gran Emperador no se encontraba en su salón del trono cuando el equipo fue a informarle de lo que había averiguado. Al contrario; le dolía la cabeza, y, malhumorado, se había ido a la cantina de Barn para tomarse una soda. Y allí fue donde Sore Matancianas, Pati Zanzorn, Ícaro Xerxes Tzu-Tang y Brux Belladona irrumpieron con gran escándalo.

—¡Gran Emperador! —gritaron, y empezaron a hablar todos a la vez. Orosc Vlendgeron se llevó las manos a los oídos, y tras unos instantes, al ver que no paraban, bramó:

—¡SILENCIO!

Los cuatro recién llegados se callaron. Entonces, Vlendgeron se dirigió, aunque con cara de pocos amigos, a Zanzorn.

—¿Sí, Pati? —dijo, con un tono de voz bastante amenazador. Pati Zanzorn, sin embargo, no se sintió nada intimidado; de hecho, ni siquiera se enteró de que estaban intentando intimidarlo.

—¡Gran Emperador! —comenzó otra vez—. ¡Traemos noticias espantosas! Hemos estado en la ciudad de Aguascristalinas, que está tan revolucionada como si hubiera un festival… de hecho, al principio pensábamos que había un festival… ¡y nos hemos enterado de que el Bien se prepara para atacar Kil-Kyron!

Los clientes de la cantina, que en ese momento eran unos cuantos, se sobresaltaron.

—¿Cómo? —tronó Vlendgeron, levantándose alarmado—. ¿Cómo es eso?

—Al parecer, la joven y hermosa muchacha que escapó animó a los ciudadanos, y les transmitió su luz y esperanza, y el deseo de derrotar definitivamente al Mal —intervino Ícaro Xerxes, que pese a las malas noticias que narraba mantenía perfectamente la compostura—. Un hombre me informó de esto; me dijo que incluso los Sumos Sacerdotes estaban convencidos, y apoyaban la causa.

—Esto es increíble —bufó Vlendgeron, y dedicó una mirada envenenada a Brux Belladona— . ¿Qué demonios ha armado tu pequeña bastarda?

Brux Belladona se encogió de hombros, como si se disculpara.

—¡Zanzorn! —gritó Vlendgeron—. Contacta inmediatamente con los espías de todas las ciudades benignas cercanas, y averigua si esto es solo un asunto de Aguascristalinas, o si todo el Bien se prepara para atacarnos. ¡Muévete, imbécil! —exclamó, cuando vio que Pati Zanzorn asentía vehementemente con la cabeza, pero por lo demás no hacía nada—. ¡Matancianas! Reúne a mis malignos generales —continuó, una vez el jefe de inteligencia salió trotando en dirección a la puerta—. Tenemos que encontrar alguna forma de desanimar a los ejércitos del Bien; no podemos permitir que este ataque llegue a realizarse.

—Con el debido respeto, Gran Emperador —lo interrumpió Ícaro Xerxes, con seguridad y confianza—, no estoy de acuerdo con eso.

Godorik, el magnífico · Página 62

—¡No me haga daño! —gimoteó.

—¡Deje de atacarme y dígame qué son estos malditos papeles! —tronó Godorik.

—¡Lo admito, son los códigos de las transferencias! —lloriqueó Gidolet—. ¡Le prometo que yo no quería hacerlo! ¡Sabía que estaba mal! Pero Mobilis estaba hundiendo a mi empresa con ese juego sucio, y…

—¿Qué es Mobilis? —quiso saber Godorik, cada vez más seguro de que todo aquello no tenía nada que ver con lo que él buscaba.

—¡La empresa rival! ¡Ellos empezaron todo esto! —gritó el hombre—. Ellos empezaron a alterar los datos de la Computadora con sus transferencias clandestinas, para aumentar el valor de sus activos y lograr más peticiones a través del servicio automatizado…

—Huh —musitó Godorik.

—¡… yo solo lo hice porque no quería que me hundieran! Sabía que estaba mal, pero… ¡por favor, no me delate! —pidió Gidolet, muy alterado—. ¡Me arruinará! ¡Destruirá mi vida! ¡Cerrarán mi empresa y a mí me meterán en la cárcel!

Godorik parpadeó, confuso.

—Alterar los datos de la Computadora es un crimen muy serio —respondió.

—Lo sé, pero… —gimió Gidolet, y de repente se le ocurrió otra cosa y abrió unos ojos como platos—. ¿No será usted de la policía?

—No soy de la policía —aseguró Godorik—. ¿Qué clase de datos alteraba usted?

—¡Nada importante! —lloró Gidolet—. ¡Nada que haga que me merezca esto!

—Dígame —pidió entonces Godorik—, ¿ha estado usted alguna vez en la oficina de patentes del nivel 14?

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 43

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Ícaro Xerxes se aproximó a las puertas de la ciudad, que, como siempre, estaban abiertas de par en par. Casi nunca las vigilaban muchos guardias, y hoy no las vigilaba ninguno; pero había gente por todas partes, entrando y saliendo con una animación fuera de lo común. Ícaro Xerxes se acercó a un hombre que transportaba unos rollos de tela.

—Buen hombre —lo saludó, puesto que el haber crecido en tierras del Bien lo capacitaba perfectamente para disimular su malignidad—, ¿podéis decirme qué ocurre aquí hoy?

—¡Cómo!, no os habéis enterado —exclamó el amable señor, deteniéndose un momento a satisfacer la curiosidad de su interlocutor—. Es un gran acontecimiento. Una maravillosa muchacha nos ha inspirado a todos para tratar de derrotar al Mal de una vez por todas; incluso el alcalde y los Sumos Sacerdotes, que aconsejaban prudencia, están convencidos. ¡Así que Aguascristalinas se prepara para la guerra! —clamó, entusiasta—. ¡Derrocaremos a ese Gran Emperador, y socavaremos su horripilante torre, de una vez por todas!

Ícaro Xerxes no necesitaba oír más; lo que había ocurrido estaba claro como el agua. Tras agradecerle la información al hombre (que aún lo informó de que los rollos que transportaba eran para hacer pancartas) y despedirse de él, como si fuera un auténtico jovencito benigno, volvió hacia donde estaban Sore Matancianas y el resto del grupo. El primero, que no tenía más confianza en las habilidades de su nuevo equipo que la que había tenido en las del anterior, llevaba todo el rato con el corazón en un puño, y cuando vio que Ícaro Xerxes se acercaba de nuevo hacia ellos, poco le faltó para declarar que los habían descubierto y exhortar a todo el mundo a que pusiera pies en polvorosa.

—Traigo horribles noticias —informó, sin embargo, Ícaro Xerxes, sin que apareciera a la vista ningún perseguidor—. ¡Aguascristalinas se prepara para la guerra contra Kil-Kyron! Vuestra joven hija, a la que habíamos venido a rescatar, ha inspirado a sus habitantes para que se alcen contra nosotros. ¡El Mal se halla en grave peligro!

—¡Lo sabía! —se lamentó Brux Belladona, llevándose las manos a la cabeza—. Debimos haber actuado antes. ¡Ahora es demasiado tarde!

—Esto es terrible —comentó Pati Zanzorn, aunque no parecía nada angustiado.

—¡Tenemos que informar al Gran Emperador de inmediato! —bufó Sore Matancianas, y se puso en pie—. ¡Vámonos de aquí!

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—¡Cálmese! —repitió Godorik, enérgico—. No tengo ni idea de lo que está usted hablando. No soy de ninguna compañía, ni nadie me paga, ni sé qué es… esto —echó otro vistazo a los papeles. El señor Gidolet dejó de gemir, sorprendido.

—¿No es usted de Mobilis? —reiteró.

—Ya le he dicho que no —contestó Godorik, irritado.

—Entonces —quiso saber Gidolet, muy desconcertado—, ¿qué hace usted en mi casa?

—Le seré sincero —dijo Godorik—: ¿tiene usted algo que ver con un complot para convertir a toda la ciudad en «cyborgs descerebrados»?

—¿Qué? —se extrañó Gidolet.

—¿Qué son estos papeles? —preguntó entonces Godorik, levantando de nuevo el taco de documentos.

—Nada —aseguró Gidolet, un poco tarde—. Nada de nada.

Godorik volvió a ojearlos por encima. Seguía sin entender ni una sola de aquellas ristras de números, pero la actitud de Severi Gidolet las hacían muy sospechosas. No obstante, hizo mal en levantar la vista de su interlocutor; este, tan desesperado como parecía, saltó inmediatamente del sillón donde se había hundido y se abalanzó sobre Godorik, tirándolo al suelo bajo el peso de sus muchos kilos.

Sin embargo, Godorik tenía más fuerza que un ser humano normal, y tras un instante de desconcierto consiguió empujarlo hacia un lado y quitárselo de encima. Forcejearon por un momento, con Severi Gidolet intentando por todos los medios arrancarle aquellos papeles de las manos, mientras Godorik trataba de librarse de él; pero no pasaron ni unos segundos antes de que este último se impusiera y lograra zafarse. Saltó hacia atrás, con los zarandeados documentos en una mano, y cogió con la otra una bola de mármol decorativa que había sobre una mesilla. En cuanto hizo el gesto de lanzársela a Gidolet, este se acobardó, y cubriéndose con ambos brazos dio un par de pasos hacia atrás.

Godorik, el magnífico · Página 60

—¡Manos arriba! —gritó una voz aguda y estridente. Godorik se sobresaltó, y miró hacia el lugar del que venía; un hombre gordo, con un bigote poblado, lo apuntaba desde la puerta del pasillo con lo que parecía una pistola.

Godorik paseó la mirada de la cabeza a los pies del hombre, que estaba en pijama, y al que, a pesar de que trataba de componer una expresión fiera, le temblequeaban las rodillas. No; ahora que lo veía en persona, no le resultaba parecido al tipo que había visto en el patio de la oficina de patentes. Exhaló un suspiro, y se levantó.

—¡He dicho manos arriba! —repitió Severi Gidolet, soltando un gallo.

—Cálmese, hombre —dijo Godorik, con tono conciliador, y volvió a dejar los papeles sobre la estantería.

—¡Manos arriba, o disparo! —contestó a eso el hombre una vez más. Parecía a punto de que le diera un infarto—. He dicho…

—Oiga, eso no es una pistola de verdad —observó Godorik, que había intervenido en los informes de la patente del artefacto que Gidolet sostenía en ese momento… que no era una pistola, sino una linterna con forma de pistola—. Déjese de tonterías. ¿Es usted el señor Severi Gidolet?

Viéndose descubierto, el señor Severi Gidolet pareció derrumbarse.

—Sí —dijo, y se dejó caer sobre un sillón—. ¿Es usted de la compañía Mobilis? ¡Estoy perdido! Veo que ya ha encontrado los documentos —gimió, lastimeramente.

—¿Compañía Mobilis? —se preguntó Godorik, extrañado—. No, yo…

—¡Le juro que yo no quería hacerlo! —se lamentó Severi Gidolet—. ¡No me descubra! ¡Arruinará mi vida! —gritó, desesperado—. ¿Qué es usted? ¿Un mercenario? ¿Cuánto le pagan ellos? ¡Le pagaré el doble, se lo prometo!

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 42

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Mientras tanto, Sore Matancianas lideraba montaña abajo una nueva expedición de ineptos. Desde que había cogido la correa de Blancur el camaleorro, este se había tirado ansiosamente por la ladera del monte, olisqueando todo lo que encontraba en su camino y reproduciendo fielmente la trayectoria de Marinina. Pati Zanzorn, Ícaro Xerxes y Brux Belladona los seguían expectantes.

—Allí fue donde la capturó ese paladín del Bien —informó Ícaro Xerxes, cuando llegaron a la carretera—, y donde encontré al perro.

—Ahora veremos si es capaz de seguir desde aquí —aventuró Pati Zanzorn.

—Claro que es capaz —insistió Brux Belladona—. Ya os he dicho que es una maravilla de la ingeniería genética.

—¿Queréis callaros? —bufó Sore Matancianas, que se encontraba entre esta procesión de inútiles aún más incómodo que entre la anterior—. Dejad que el perro trabaje y cerrad la boca. ¡Que estamos en territorio del Bien, maldita sea!

Sus acompañantes le hicieron caso durante cinco minutos; pero luego Pati Zanzorn no pudo resistirse, y volvió a interrumpir la paz con un alegre comentario sobre las últimas novedades del fuerte.

—¡Silencio! —terminó por sisear Sore, cuando la cosa degeneró de nuevo en una conversación de cotorras, y oteó el paisaje con nerviosismo—. ¡Creo que el perro nos está llevando a Aguascristalinas!

En efecto, allí era donde se dirigían. Cuando avistaron la ciudad, Sore, temiendo que el rastro de Marinina los llevase directamente a las puertas de los servicios sociales, detuvo al perro e hizo que todo el mundo se escondiese detrás de unos arbustos. Eso fue una buena idea, porque incluso desde allí podía verse que la ciudad parecía estar revolucionada; la gente corría de un lado a otro, llevando y trayendo cosas y pasándose mensajes, como si estuvieran preparando un festival.

—Aquí pasa algo raro —se temió Sore—. Tenemos que enterarnos de qué.

—Quizás sea una fiesta —sugirió Pati Zanzorn.

—Nada de fiestas —intervino Brux Belladona—. ¡Esto es lo que me temía! Seguro que la infame luz de esa muchacha ya ha contagiado a toda la ciudad.

Sore Matancianas comenzó a alarmarse.

—Está bien, tendremos que acercarnos —suspiró—, y conseguir que alguien nos cuente qué es lo que pasa.

—Ya voy yo —se ofreció Pati Zanzorn, animadamente—. ¡Lo de conseguir información es mi especialidad!

—¡No! —lo detuvo Sore atropelladamente—. Quiero decir… uh… a pesar de todo, todavía eres el jefe de inteligencia, y no podemos arriesgar que te pase algo. Lo mejor será que os quedéis todos aquí, y que yo vaya a…

—Pensé que ya te conocían en la ciudad —apuntó Ícaro Xerxes, con su asombrosa agudeza, y se levantó—. Iré yo.

Y, sin esperar respuesta de nadie, salió de detrás del arbusto y se dirigió hacia la entrada de Aguascristalinas.

Godorik, el magnífico · Página 59

Miró a su alrededor. No había mucha luz, excepto la que entraba por la ventana; pero sus ojos ya se habían acostumbrado. Estaba en una habitación amplia y modernamente amueblada, con varios sofás en el centro y una serie de cómodas y estanterías en las paredes, que servían de apoyo a más piezas decorativas con aspecto caro que a cosas útiles. En definitiva, una sala de estar sin excesiva personalidad; pero si pertenecía a un informático, como en teoría era el señor Severi Gidolet, era difícil de decir.

Godorik se movió por la habitación, buscando algo que pudiera delatar la identidad de su dueño. No solo no encontró nada que probase que allí podía o no vivir un tal señor Gidolet, sino que terminó pensando que, si su objetivo era encontrar algo relacionado con las actividades ilegales que quería investigar, se iba a quedar con un palmo de narices. Pero bueno, también podía ser que se hubiese confundido de piso, y que aquello perteneciese a otra persona, con lo cual todavía era pronto para desanimarse. Godorik bufó, preguntándose qué hacer; se sintió un poco perdido durante unos segundos, hasta que identificó lo que parecía ser la puerta del apartamento. Se preguntó si abrirla haría saltar las alarmas, pero luego se dijo que la probabilidad de que esto ocurriera abriéndola desde dentro era mínima. Se acercó, descorrió el cerrojo, y abrió la puerta cuidadosamente; no pasó nada. Asomó la cabeza al rellano que había al otro lado y miró a ambos lados de la puerta. A uno de ellos, sobre un timbre neoclásico con forma de robot anticuado, se leía el letrero Severi Gidolet.

—A veces no sé si el universo me odia o si tengo una suerte increíble —murmuró Godorik, para sí.

Volvió a entrar, y cerró la puerta. Después revisó con mucho más cuidado aquel salón; encontró algunas cosas un poco extrañas, incluyendo una cajetilla metálica con tabaco de contrabando y una serie de documentos escondidos detrás de unos libros, de forma que estuvieran ocultos a la vista; pero nada que delatase al dueño de aquel lugar como un terrorista. Incluso aquellos documentos no eran más que una sucesión de números y códigos con aspecto de jerga electrónica; Godorik, que sabía de informática lo justo que había necesitado para aprobar el examen de la oposición, se sentó un momento en el suelo y los leyó por encima, por si acaso contenían alguna información relevante. Iba ya por la mitad del taco de papeles, cuando de repente se encendió la luz.