El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 28

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Ícaro Xerxes, mientras tanto, había rastreado las huellas de Maricrís hasta las lindes del bosque. Sin embargo, cuando llegó hasta allí, la muchacha ya se encontraba en poder de aquel infame caballero del Bien; Ícaro se preguntó si debía atacarlo y liberarla, pero, haciendo gala de prudencia y discreción, permaneció escondido un rato, y trató de escuchar lo que hablaban. Cuando oyó que Caritio Bancraacs planeaba entrgar a Marinina a los servicios sociales, su negro corazón se revolvió.

«¿Cómo puede hacer una cosa tan repelentemente benigna?», se preguntó, exasperado. «¿Qué tiempos vivimos? ¿Es que no queda maldad en la humanidad?»

No podía permitirlo, así que echó mano a su sable y se dispuso a atacar. Pero entonces ocurrió algo que no se esperaba: el perro de Marinina, del que hasta ese momento había temido que fuese un animal benigno (y que su influencia hubiese de alguna manera purificado el corazón de Maricrís; pues, ¿cómo podía una muchacha tan perfecta caer, sin influencias externas, bajo el influjo del Bien?), comenzó a ladrar y trató de atacar al caballero.

—¡Huye, Blancur! —gritó Marinina.

Blancur terminó por hacerle caso, y salió corriendo con el rabo entre las piernas… en dirección al arbusto donde estaba escondido Ícaro Xerxes. Este, confuso, no supo qué hacer por un momento; y cuando decidió que después de todo tenía que enfrentarse al paladín y liberar a Maricrís ya era tarde, y ambos estaban demasiado lejos. Entonces el perro saltó sobre él, ladrando y tratando de tumbarlo.

—¡Basta, animal infernal! —gritó Ícaro Xerxes, quitándoselo de encima con un manotazo—. No sé si eres un bicho benigno o maligno, pero una cosa es segura: vas a ayudarnos a recuperar a tu ama.

Blancur siguió gruñendo, pero no volvió a atacarle. Ícaro Xerxes se dio la vuelta, y miró hacia Kil-Kyron, que quedaba bastante lejos.

—Vamos —dijo, mirando al perro—. Debemos alertar de todo esto al Gran Emperador.

Blancur no pareció entender nada, y emitió otro gruñido. Pero cuando Ícaro Xerxes hizo otro gesto y echó a andar hacia la montaña, el perro lo siguió sin dudar un momento.

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