Godorik, el magnífico · Página 199

Quizás tenía sentido; Edri le acababa de gritar, un instante atrás, que se moviera de una vez, cuando él pensaba que se estaba moviendo tan rápidamente como podía…

Volvió a la realidad con un sobresalto, para encontrarse con Coroles de nuevo casi a un paso de él. ¡Qué se le ocurría, quedarse embobado en un momento como aquel! Pasando todo su peso a su pie izquierdo, giró el cuerpo y se apartó en el último momento de la trayectoria de su oponente. Coroles no pudo parar, y esta vez fue él el que acabó tirado en el suelo.

—Ufffff —se escuchó un suspiro de alivio de Edri.

Godorik, aún medio ensimismado, continuó cavilando mientras contemplaba por detrás el cráneo de Coroles. También esta vez el hombre se había acercado sin que él lo notase, pero había sido porque no estaba prestando atención; no tenía la impresión de que se hubiera transportado como por arte de magia.

En cualquier caso, si aquello era verdad, lo único que tenía que hacer era no mirar al otro a la cara.

Coroles se levantó, con la cara roja de furia. Masculló unas palabras y echó una ojeada rabiosa al del pelo fosforescente antes de seguir.

—No creerás lo que te ha dicho ese cobarde, ¿no? —dijo a Godorik.

—¿Debería?

—No —escupió, saltando a por él.

Godorik, aunque aún un tanto distraído, reaccionó rápido esta vez. Estampó la palma en la cara de Coroles y lo hizo perder el equilibrio antes de que pudiera recuperarse de la sorpresa. Lo tiró al suelo, esta vez de espaldas.

—Pues no parece que sea mentira —silbó, mientras el otro se retorcía sobre el cemento como una oruga, intentando saltar de nuevo sobre sus pies.

—Maldito seas —farfulló Coroles.

Incorporándose rápidamente, no se tomó ya ningún tiempo tratando de hacer que Godorik lo mirase a los ojos; le dirigió directamente un puñetazo a la mandíbula con su derecha cibernética. Godorik lo esquivó fácilmente, y le dio un codazo en la cabeza, derribándolo de nuevo.

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—¿Y crees que yo no te quiero? —respondió él—. Pero aún así, no es una idea sensata, y lo sabes; ambos lo sabemos. Incluso aunque estuvieras dispuesta a tirarlo todo por la borda, a sacrificarlo todo solo para casarte conmigo, ¿qué crees que dirían tus padres? ¿Qué diría el resto de tu familia? ¡Dejarían de hablarte, como poco! ¿Es eso lo que quieres? —suspiró—. No es lo que yo quiero para ti, desde luego.

—Ray… —musitó ella, atónita— ¿cómo puedes decirme esto?

—¿Es que me equivoco? —farfulló él—. Nina, no te estoy diciendo que tengas que casarte con ese Gallory, o Guillory, o como se llame. Si no le quieres, y no te hace feliz, no deberías hacerlo, para agradar a nadie. Estoy seguro de que tus padres, aunque no les guste, podrán aceptar eso… Y, con el tiempo, encontrarás a alguien, a alguien más cercano a tu esfera, que complazca a tus padres y te complazca a ti; y entonces todo irá bien.

Diciendo eso, se separó de ella.

—No soy el único hombre en el mundo, Nina, y desde luego no soy el más apropiado para ti —agregó.

—No digas tonterías —exclamó ella—. No quiero a otro. No quiero a ningún otro. Te quiero a ti.

Ahora me quieres a mí —dijo él—. Pero eso también pasará, y entonces te alegrarás de no haber actuado con precipitación. Ah, demonios, Nina; desde el momento en que te vi, desde el mismo momento en que te saqué a la pista, supe que tú no eras algo que yo podía tener.

Casi escupió esa última frase. Eso acabó de sacar a Nina de sus casillas.

—¡Eso no te corresponde decidirlo a ti —gritó—, ni a mis padres, ni a ningún otro! La única que puede decidir quién puede tenerme, y quién no, soy yo.

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—Coroles juega sucio —le dijeron, sin embargo—. Ese implante craneal que tiene sirve para hipnotizar a la gente con la mirada.

—¿Hipnotizar…? —farfulló Godorik, sin acordarse de bajar la voz.

—¿Qué le estás diciendo, desgraciado? —ladró Coroles—. Traidores y bellacos, si le decís…

—Estás haciendo trampas, Coroles —acusó la misma voz que acababa de hablar en su oído. Godorik consiguió levantarse, y vio que pertenecía a un joven un tanto rechoncho, con el pelo teñido de un rojo fosforescente—. Como todos aquí conocemos tu truco, estás usando a un forastero para convertirte en jefe de la banda sin tener que pelear de verdad. ¡Pues que sepas que por mí, que gane él!

Coroles levantó el puño. Se lo veía furioso.

—Cuando haya terminado con él, empezaré contigo —amenazó.

—Primero tienes que terminar conmigo —le recordó Godorik, adelantándose de nuevo—. ¿Qué es eso de que hipnotizas a la gente?

—Nada que te interese —gruñó el otro.

—Si no le miras a la cara, no te puede afectar —gritó el del pelo fosforescente. Varios otros asintieron con la cabeza—. Aún así es bueno peleando, pero no es para tanto.

—¡Cállate! —vociferó Coroles, perdiendo los nervios. Dio un salto hacia adelante, y echó a correr hacia Godorik sin perder otro momento—. ¡Vamos, sigamos de una vez!

Godorik, aún algo confuso, se preguntó si todo aquello tenía algún sentido. ¿Hipnotizar a la gente? Él nunca había creído en cosas como hipnosis, al menos no la que mostraban en las holofilmaciones, la que hacía que la gente contase todos sus secretos o empezase a bailar como una gallina. Pero, ¿aquello? Si lo que le estaban contando era cierto, lo que estaba ocurriendo era más bien que Coroles lo hacía perder la noción del tiempo por un momento, y conseguía acercarse mientras él no se daba cuenta. ¿Era eso?

Cualquier otro lugar · Página 74

—Es exactamente lo mismo, ¿no? —suspiró él.

—Sí —reconoció ella con entereza, tras un momento—, sí, sí lo es. Tienes toda la razón, Ray. Pero… nunca pensé que me pasaría a mí.

Ray bajó la vista, con expresión apesadumbrada. Permanecieron unos minutos en silencio.

—Esto es horrible —dijo ella al final—. Me siento tan desgraciada. Me gustaría estar lejos de aquí, me gustaría… estar en cualquier otro lugar.

Ray la abrazó, y ella se apretujó contra él, sintiéndose infeliz.

—Pero no lo haré —bufó—. No pienso ir a conocer a algún tipo, y luego casarme con él, y jugar a que soy feliz el resto de mi vida, solo porque ellos me lo digan. Ray, no lo haré. Te quiero a ti, y a nadie más.

—Yo… también te quiero, Nina. Pero…

—¿Pero?

—Pero quizás tus padres tengan razón. —musitó él—. Quizás yo no soy adecuado para ti.

Ella se tensó.

—¿Por qué dices eso? —exclamó.

—Bueno, Nina —dijo él; parecía deprimido—, tú eres una persona de un determinado estrato social, acostumbrada a… ciertas cosas. Yo pertenezco a otro estrato, y no puedo proporcionártelas. Porque… —calló por un momento, pensando— seamos realistas, Nina: no creo que quieras acabar siendo la esposa del camarero de Tony Altoviti.

—¡Querría acabar siendo la esposa de un vagabundo si ese vagabundo fueras tú! —estalló Nina—. ¡Yo te quiero, Ray!

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A su alrededor, los pandilleros seguían cuchicheando.

—Callaos de una vez —les espetó Coroles.

Algunos se callaron, otros continuaron refunfuñando, y un par lo miraron desafiantes. Pero nadie dijo nada.

—¿Preparado para seguir? —se dirigió a Godorik, con sorna en la voz.

Confundido, Godorik se preguntó si rendirse. No entendía qué estaba pasando, y seguir con aquella pelea era arriesgado. Pero no hacerlo era arriesgado también, y si se daba por vencido no podría garantizar ni su seguridad, ni la de Edri y Ran.

No es que pudiera garantizarla de todas maneras.

Fijó la vista en Coroles una vez más, pero esta vez, en lugar de quedarse quieto esperándole, se decidió a atacar primero. Corrió hacia su oponente, con la intención de pegarle un puñetazo en la mandíbula. Coroles no se movió, hasta que, sin previo aviso, se encontró muchísimo más cerca de lo que había estado el instante anterior.

Godorik frenó en seco, o al menos lo intentó. Aunque el otro no llegó a tocarle (y no fue por no intentarlo), derrapó, resbaló sobre el suelo y se estrelló de cabeza contra la primera fila de mirones, que solo consiguieron apartarse a medias. Los desafortunados que no estaban lo suficientemente atentos terminaron haciéndole de colchón.

—Lo siento —se disculpó Godorik, intentando librarse de la súbita maraña de brazos y piernas en que se había metido—, perdón.

—No pasa nada, hombre —le contestó alguien, con mucho más civismo del que Godorik habría esperado de aquellos pandilleros.

—Chssssst —escuchó entonces, justo al lado de su oído—. Eh. Espera un momento.

Godorik sintió que alguien le agarraba el brazo. ¿Es que pensaban impedirle que continuara?

Cualquier otro lugar · Página 73

—¡Basta! —repitió el señor Mercier—. ¡Ya es suficiente! Nina, vas a conocer a ese joven, te guste o no. Y quiero que te hagas a la idea de que ya, prácticamente, es tu prometido.

—¡Dejadme tranquila! —chilló Nina—. ¡Dejadme en paz!

—Hija, ¿pero qué te pasa? —se asombró la señora Mercier.

—Déjala —tronó el señor Mercier—. Se ve que hoy no se puede hablar con ella. Ya volveremos cuando sea más razonable.

Y con esas palabras, el señor Mercier tomó a su mujer del brazo y salió del apartamento con un portazo. Nina, temblando de rabia, no supo qué hacer por un momento; finalmente, se dejó caer sobre el sofá y se abrazó a uno de los cojines.

En ese momento, Ray se asomó desde el pasillo.

—Nina —musitó.

—¿Lo has oído? —exclamó ella, desecha en lágrimas—. ¿Los has oído?

—Sí —asintió Ray, que, pese a lo que había dicho, no se había escondido literalmente bajo la cama—. Nina, oye…

—¿Cómo pueden hacerme esto? —sollozó la chica—. ¿Es que no les importa nada lo que me pase? ¿Es que no les importa nada lo que pienso?

—Quizás es al contrario —sugirió él, con cautela, tras sentarse a su lado—. Hacen esto porque les importa qué te pase.

—Pero no lo que pienso —masculló Nina con rabia—. ¿Cómo pueden hacerme algo así?

Ray la contempló en silencio.

—Pensé que esto era lo normal en tu familia —murmuró al fin.

Ella dejó de sollozar por un momento.

—¿Por qué pensaste eso? —hipó.

—Bueno, lo que me contaste —dijo él—, sobre tu prima Alina, y tu tía Renata, y…

Nina sollozó.

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—¡Yo no quería que te hicieran daño, Godorik! —exclamó—. ¡No pensaba que esto iba a ir así!

—Sí, sí, bueno —gruñó él.

Dio un par de pasos. Se sentía muy extraño; no le dolía nada, ni estaba mareado, pero sus pies no hacían exactamente lo que él les decía. Podía moverse, pero se sentía una marioneta de sí mismo.

—Adelante —dijo Coroles.

Godorik fijó la vista en su oponente, decidido a no perderlo de vista un solo instante. Estaba seguro de que no se había distraído, pero… ¿cómo había podido Coroles acercarse tan rápidamente? ¿Qué estaba pasando allí?

En la fracción de segundo en la que pensaba todo eso, Coroles se encontró de nuevo junto a él, con una rapidez imposible. Godorik saltó hacia un lado, tratando de esquivarlo en el último momento, pero el último momento ya había pasado; logró, no obstante, impedir que el otro le golpeara esta vez en la cabeza, y solo recibió un golpe en el hombro, no menos fuerte que el anterior.

No pudo parar a tiempo y se estampó contra la pared que tenía al lado, mientras Coroles volvía a detenerse.

—¡Pero muévete, Godorik! ¡Muévete! —le chilló Edri, desesperada.

Godorik la escuchó con frustración mientras resbalaba al suelo y volvía a ponerse en pie, tambaleante. El brazo en el que acabana de recibir el impacto tenía otra abolladura, y parecía responderle aún más lentamente. ¿Por qué le decía aquello esa mocosa? ¿Es que no veía que estaba haciendo todo lo que podía?

Temió que Coroles aprovechara aquellos segundos para atacarle de nuevo, pero no. El hombre se lo tomaba con calma, y no parecía dispuesto a lanzarse a por él antes de volver a preguntarle si estaba listo, lo que… no encajaba para nada con la idea que se había formado de aquel tipo en los veinte minutos que llevaba tratando con él.

Cualquier otro lugar · Página 72

—Nina, ¿de qué va todo esto? —el señor Mercier alzó la voz—. ¿Es que sigues con alguno de esos… novietes tuyos de la universidad? Eso está bien para que te diviertas un poco, mientras todavía eres joven, pero nada más. Y lo hemos tolerado, como ese… esa especie de hippie que llevaste a la fiesta de Navidad. Pero ¿no creerás que esa clase de personas son una buena elección para un marido?

Nina enrojeció, furiosa, y no dijo nada.

—No, no, no —siguió su padre—. No puedo creer que seas tan necia. Nosotros te buscaremos una buena pareja… de hecho, ya te la hemos buscado; y, cuando lo conozcas, verás como es un hombre adecuado para ti, mucho mejor que esos muchachos de baja estofa.

—Escucha a tus padres, Nina —dijo la señora Mercier, que no parecía entender dónde estaba el problema—. Nosotros sabemos lo que es mejor para ti.

—No, ¡no lo sabéis! —gritó Nina, levantándose bruscamente—. ¿Por qué queréis hacerme esto?

—Porque es lo mejor para ti —insistió la señora Mercier, completamente desconcertada.

—Nina, ¡no le hables así a tu madre! —gritó a su vez el señor Mercier—. ¿Cómo puedes ser tan maleducada?

—¿Cómo podéis decirme estas cosas, tan tranquilos? —vociferó Nina—. ¿Qué idea tenéis en la cabeza: que podéis emparejarme con alguien, con cualquiera, y que a mí me gustará, simplemente porque soy vuestra hija? ¿Y si no es así? ¿Y si no me gusta? ¿Qué haréis entonces?

—¡Basta! —bramó el señor Mercier—. Por supuesto que te gustará. Con el tiempo comprenderás que es lo mejor: para ti, para tu vida, y para toda la familia.

—¡No lo es! —gritó Nina.

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Coroles, con la vista fija en él, se inclinó hacia delante y echó a correr hacia él. Godorik se preguntó qué pretendía con aquella maniobra; podía esquivarlo fácilmente. Se preparó para apartarse… y de repente recibió un fuerte golpe en el tórax.

—¡Ugh! —exclamó, cayendo hacia atrás. Resbaló varios metros antes de detenerse, mientras Coroles paraba en seco y le dirigía una sonrisa triunfal.

Godorik intentó ponerse en pie cuanto antes, pero se encontró con que su cuerpo le respondía con más torpeza que de costumbre. Se incorporó, pero se sentía inestable. Llevándose la mano al lugar donde había recibido el golpe, se abrió la chaqueta; y descubrió una abolladura en el lugar donde debería estar su esternón. El metal de su torso electrónico se había doblado hacia dentro, posiblemente estropeando algún circuito por el camino.

—¡Godorik! —se asustó Edri.

¿Qué había pasado? ¿Acaso se había distraído el tiempo suficiente para que Coroles se acercara y lo golpeara? ¡Pero estaba seguro de que no había sido así!

Coroles le enseñó su puño metálico, que tenía una serie de pinchos en los nudillos. Un par de ellos se habían doblado también con el impacto.

—Así que eres de metal casi por completo, ¿eh? —le espetó—. Has tenido suerte; ese golpe habría matado a cualquiera que fuese aún… humano.

—Yo soy aún humano —farfulló Godorik, intentando ganar tiempo mientras trataba de entender la situación.

—No, eres un cyborg —replicó Coroles.

—¿Y qué? Mi cerebro, mis pensamientos, siguen siendo los mismos.

—Bueno, supongo que en ese caso la distinción es principalmente semántica —se burló de él el pandillero—. ¿Preparado para seguir?

Algunos de los espectadores habían empezado a cuchichear de fondo. Nadie parecía muy contento. Edri se tapaba la boca con las manos y esgrimía una expresión lastimera.

Cualquier otro lugar · Página 71

—Hija —dijo entonces el señor Mercier—, venimos a hablarte de algo serio.

—¿Qué es, papá? —preguntó Nina.

—Bueno, hija, ya eres bastante mayor, y estás a punto de terminar tu carrera —comenzó el señor Mercier—, y tu madre y yo hemos creído que ya es hora de que te cases.

Nina casi escupió el café.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, atragantándose y empezando a toser.

Su madre le dio unas palmaditas en la espalda, y después dijo:

—Ya pronto tendrás veinticuatro años, Nina. Yo, a tu edad, ya estaba casada. Y hemos encontrado un muchacho muy agradable, que sin duda será un buen marido para ti.

—¿Me habéis buscado un pretendiente? —exclamó Nina, sobresaltada—. ¿Por qué habéis hecho eso?

—Te hemos buscado un prometido, querida —corrigió su padre, muy tranquilo—. Es el hijo mayor del señor Guillory, Gérard; un joven de tu edad, muy respetable y desenvuelto, que ya es directivo en la empresa de su familia. Sin duda, un buen partido para ti.

—No conozco a ese Gérard Guillory —barbotó Nina, con muy malos modos—. Pero ¿qué os hace pensar que quiero casarme con él?

—Hija mía, pues te lo acabo de decir —comenzó a perder la calma el señor Mercier—. Es un buen partido, y muy buena conexión. ¿De qué te quejas?

—¿Que de qué me quejo? —protestó Nina—. ¡No quiero casarme con alguien que elijáis a dedo para mí! ¡Quiero elegir si y con quién casarme, y cuándo, y por qué!

—Hija mía, pero qué dices —suspiró la señora Mercier.