El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 37

37

Marinina se quedó por un instante paralizada por el peso de la responsabilidad que conllevaba aquella decisión. ¡No podía abandonar a alguien en apuros! ¡Eso sería maligno! Pero, por otra parte, ¡tampoco podía permitir que otros inocentes murieran! ¡Eso también sería maligno!

Se llevó las manos a la cabeza, desesperada. Finalmente, se decidió, y dio un paso adelante.

—No te abandonaré —anunció al joven.

—¡Todos morirán! —repitió este. Pero Maricrís se volvió hacia la bestia.

—¡Ser de las tinieblas! —llamó su atención, con un tono de voz una octava aún más agudo que el normal—. ¡Escúchame! Tu apariencia es la de un monstruo espantoso, pero yo sé que, a veces, las apariencias engañan. En el centro de tu caja torácica, o en otro lugar si eres un ser de aspecto solo falsamente semihumanoide, debe de latir un corazón; yo lo sé, pues si no lo hiciera, caerías fulminado por fallo cardíaco. Si tienes un corazón, ¡debes ser capaz de sentir compasión! ¡Escúchame, pobre ser incomprendido! ¡Solo yo te comprendo! Libera tu compasión, presa de las tinieblas del Mal que te atenazan, y rehúsa dañar a este joven, o a los otros seres del Bien que nos rodean.

Mientras decía esto, extendió los brazos hacia el monstruo; y, a mitad de su discurso, comenzó a brillar con luz blancoazulada, que nacía directamente de la pureza de su alma límpida y preciosa cual fregada con desinfectante. La bestia no tardó en ser alcanzada y distraída por esta luz; soltó a su presa y se acercó a Marinina, que puso solemnemente una mano sobre su tez.

—Yo te comprendo —repitió esta, en un susurro teatral—. Yo te comprendo, oh, pobre ser. Líberate del Mal, y ven a la luz.

Convertido en un animal completamente manso, el bicho se dejó acariciar por Maricrís, y comenzó a ronronear como un gatito. Ante la mirada atónita del joven, que yacía en el suelo despatarrado pero ileso, el monstruo se tendió a los pies de Marinina, con la ferocidad de una oveja bebé.

Godorik, el magnífico · Página 52

Manx abrió las fichas completas, y pasaron rápidamente de una a otra, hasta que Godorik los detuvo de repente.

—Ese podría ser —musitó, señalando a un tipo de cara rechoncha y bigote poblado.

—¿No estás seguro de que sea? —se extrañó Agarandino.

—No me acuerdo muy bien —admitió Godorik—. Sigue pasando, Manni.

Lamentablemente, el señor Severi Gidolet no fue el único cuya cara le resultó familiar a Godorik. Tras pasar unas pocas fichas más, apareció el señor Nicodémaco Gidolet, que también tenía una cara rechoncha (aunque un poco menos que el anterior), un bigote poblado, y una recalcitrante expresión de mala leche.

—Ese también podría ser —bufó Godorik, fastidiado. Por suerte, ninguno de los otros Gidolets vivos, ni tampoco el señor Gido Let, se parecían ni remotamente a lo que él recordaba; pero, entre esos dos, no sabía cuál le sonaba más.

—Si tuvieras mejor memoria para las caras… —le recriminó por lo bajo Manx.

—Calla, anda —gruñó Godorik—. Qué le vamos a hacer. ¿Dónde viven, y a qué se dedican, estos dos?

Manni siguió consultando los archivos. El señor Severi Gidolet vivía en el nivel 7, y trabajaba en el diagnóstico de problemas informáticos; el señor Nicodémaco Gidolet vivía en el nivel 3, y se dedicaba a algún tipo de comercio. Pero no se especificaba cuál; en general, su entrada en el registro era más bien parca.

—Son dos peces gordos —comentó el doctor, sorbiendo el café ruidosamente—. ¿Por qué querría ninguno de ellos sabotear la ciudad?

—No lo sé —admitió Godorik—. No sé por qué nadie querría sabotear la ciudad; pero hay muchas probabilidades de que uno de estos dos sea el que escuché hablar en el patio de la oficina. —miró a Agarandino, y después a Manni, y frunció el ceño—. Pero no puedo volver a la policía sin información, y menos después de lo que pasó la última vez. Creo que no me queda más remedio que investigarlos yo mismo.

Godorik, el magnífico · Página 51

Quince minutos después, Manni, Agarandino y Godorik se encontraban frente al pequeño y un tanto arcaico ordenador que los dos primeros tenían en el cuarto de estar. Les costó un poco conseguir que leyera el disco de memoria de Godorik; tras unos minutos, Manx pitó ruidosamente en señal de exasperación, apartó a los dos humanos de la máquina y se sentó frente a la pantalla; apretó cuatro botones (contados), y logró que el disco se leyese sin problema.

—Manni, eres un genio —celebró Godorik.

—Los humanos no entendéis nuestras tiernas entrañas cibernéticas —protestó Manni con voz quejumbrosa.

—¿Qué has guardado?, ¿los datos de todos los Gidolets de la ciudad? —preguntó el doctor, gesticulando peligrosamente con la mano con la que sostenía una taza de café.

—Sí —asintió Godorik, apartándose un poco de la taza y asomándose en su lugar por encima del hombro de Manni, para ver mejor la pantalla—. Había unos veinte, y creo que la mayoría eran difuntos.

—Veamos… Agarik Gidolet… Monsana Rossa Gidolet… Neotine Gidolet… —comenzó a leer la lista el robot—. ¿Gido Let? Este no será.

—El tipo que yo vi tenía unos cincuenta años, estaba bastante relleno, y llevaba bigote —describió Godorik, mirando también la lista con mucha atención—. No creo que se trate de la señorita Monsana Rossa Gidolet.

—Echémosle un vistazo a las fotos —sugirió Agarandino—. Porque has guardado las fotos, ¿verdad?

—He guardado todo lo que había —gruñó Godorik.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 36

36

—¿Quién hay ahí? —exclamó Maricrís.

Nadie contestó; el sonido de engranajes continuó, hasta que de repente apareció una rendija de luz en la pared, y Marinina, que ya se estaba escondiendo tras el sofá, se percató de lo que ocurría: se estaba abriendo una puerta secreta.

Lentamente pero sin pausa la puerta se abrió por completo, y reveló un pasadizo iluminado por una falsa antorcha de LEDs que ardía con luz azul. Marinina se asomó, desconfiada.

—¿Hola? —llamó—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Por un momento no obtuvo respuesta; ya se estaba preguntando si sería mejor adentrarse en el pasadizo o si debía quedarse en la habitación, cuando al fin se escuchó una voz desgarrada:

—¡Socorro! —gritaba alguien, con tono muy agudo—. ¡Socorro!

—¡Oh, no! —Marinina pegó un bote, y, llevada por sus amables y magníficos instintos naturales, se plantó en el pasadizo de un salto—. ¡Aguanta, quienquiera que seas!

Corrió por el pasillo, en dirección al lugar del que venía la voz. Pronto se encontró en una enorme cámara de paredes desnudas, donde un horrible y enorme monstruo de cuatro brazos, con cuernos en vez de cabellos, músculos prominentes y un solo ojo en la cabeza, retenía a un jovencito imberbe, y amenazaba con aplastarlo.

—¡Socorro! —gritaba el joven, atrapado por dos de los cuatro brazos del monstruo—. ¡Que alguien me ayude!

—¡Oh! —gritó Maricrís—. ¡Aguanta! ¡Yo te ayudaré!

Se acercó más, armada únicamente con la fuerza de su bondad; pero, después de que diera un par de pasos, el monstruo bramó:

—¡Más carne humana! —y, relamiéndose, alargó sus otros dos brazos hacia Maricrís—. ¡Más tierna y jugosa carne humana!

—¡Ten cuidado, hermosa doncella! —dijo entonces el jovencito—. ¡También te atrapará a ti! ¡Corre, y salva tu vida!

—Pero, si no te ayudo, ¡ese monstruo te devorará! —protestó Marinina.

—¡Si nos devora a los dos, no quedará nadie que pueda avisar al resto del edificio! —gritó el joven—. ¡Muchas más personas morirán! ¡Debes huir y avisarlos!

—¡No puedo abandonarte! —se lamentó Marinina.

—Si no lo haces, ¡otros morirán! —dijo el hombre—. ¿Qué harás, joven doncella?

Godorik, el magnífico · Página 50

Efectivamente, la ventana era corredera, y, en un golpe de suerte, ni siquiera estaba bien cerrada; solo lo parecía desde fuera. Godorik la abrió con mucho cuidado, para que no hiciese ruido, y se metió dentro.

Una vez allí, solo le quedaba encontrar el registro. La planta estaba relativamente vacía; solo tenía tres o cuatro ordenadores de último diseño, muy estilizados, y un gran armatoste computacional en el centro de la habitación. Godorik se imaginó que este conectaría con el Registro General, y se acercó.

Tocó una tecla con el dedo, y el cacharro despertó de su letargo. En la pantalla aparecieron las palabras REGISTRO GENERAL, POR FAVOR SELECCIONE UNA OPERACIÓN. Godorik seleccionó la opción BÚSQUEDA e introdujo el nombre de Gidolet. El ordenador le sacó una lista con los datos de siete ciudadanos vivos y trece ya fallecidos apellidados Gidolet, y uno de nombre Gido y de apellido Let. Godorik, que no quería arriesgarse, los seleccionó todos y los copió a un disco de memoria. Después de eso, borró la búsqueda y dejó que el armatoste volviera a aletargarse.

Salió de la Oficina Central por la misma ventana por la que había entrado; y consiguió llegar a suelo firme sin que, al parecer, nadie le viera. A decir verdad, Godorik se había temido que acabaría metido en una nueva persecución policial; pero, extrañamente, el nivel 1 no estaba excesivamente vigilado, a pesar de que una serie de carteles bien grandes advertían a los transeúntes que había cámaras por todas partes. De todas maneras, más valía no arriesgarse; volvió al mismo poste de transporte por el que había subido, y se introdujo de nuevo en él. (Por un momento había penado en buscar un poste de bajada, pero probablemente eso habría sido inútil. La máquina le habría dicho que superaba el límite de peso permitido y se habría negado a abrir la compuerta.) Como ya sabía donde estaban las bisagras de las portezuelas que le cerraban el paso hacia abajo, no le resultó difícil abrir estas, al igual que tampoco le había resultado difícil antes. Sin más dificultades, bajó por el tubo de un salto, esperando (justificadamente) que los muelles de sus rodillas amortiguaran el impacto.

Salió del tubo en el nivel 10, y se dirigió hacia las escaleras; pero apenas había avanzado unos pasos cuando se volvió de nuevo hacia el poste. Las escaleras estaban lejos, y ¿por qué no podía aprovechar aquel recién descubierto medio de transporte? Consiguió bajar por el conducto hasta el nivel 11, y de ahí al 12; y así hasta el 18, cuando decidió que estaba harto de abrir compuertas, y que probablemente en los niveles más bajos ya no habría tantas cámaras de seguridad, así que se acercó al centro del nivel y se lanzó por el Hoyo.

Cada vez tenía más y más práctica en aquello de navegar a saltos por la ciudad; en esta ocasión, no tuvo casi ningún problema para saltar de pasarela en pasarela, y llegó a la guarida de Manni y Agarandino minutos después.

—¿Ya estás aquí? —lo saludó el robot—. ¿Cómo ha ido?

—Bien, espero —contestó Godorik, esgrimiendo el disco de memoria—. Ahora lo comprobaremos.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 35

35

Marinina siguió al jefe de sección por los pasillos del Centro Social de Aguascristalinas. Ni los asistentes sociales ni Caritio Bancraacs los acompañaban; tanto uno como otros se habían quedado en aquella habitación bien ventilada y decorada, comentando preocupados aquel giro de los acontecimientos, mientras su superior conducía a Maricrís a través del edificio, pasando por secciones cada vez más oscuras y menos alegres. Se encontraron a pocas personas, todas sacerdotes del Bien con el ceño fruncido y expresión agriada.

—¿Dónde vamos? —preguntó Maricrís, asustada.

—Te conduzco hacia la Prueba —dijo el jefe de sección, que también tenía cara de pocos amigos—. Si la superas, te aceptaremos como una de los nuestros. Si no… tus días estarán contados, engendro del Mal.

Marinina se encogió ante la mirada amenazante del hombre.

—No soy ningún engendro del Mal —protestó.

—Eso ya lo veremos —dijo el jefe de sección, abriendo una puerta—. Pasa… y espera.

Intimidada por aquellas malas maneras, Maricrís cruzó la puerta, y se encontró en una habitación vacía, con solo un sofá (eso sí, tapizado a la última moda) en el centro.

—¿Qué tengo que…? —comenzó, pero la puerta se cerró tras ella.

Angustiada, fue a sentarse en el sofá; se llevó las manos a los ojos, y comenzó a sollozar.

—¿Qué puedo hacer para convencer a esta buena gente de que no quiero engañarlos? —exclamó, sorbiéndose los mocos—. ¿Qué debo hacer para que me acepten? ¡Oh, si solo no hubiese nacido en ese territorio del Mal absoluto que es Kil-Kyron!

Continuó llorando un rato; se sentía muy desgraciada. Aquel cuartucho, además, era muy siniestro; no tenía ventanas, y solo una lámpara que lo iluminaba muy tenuemente, y con una luz muy fría. Por si fuera poco, la última moda en tapizados era horrenda, y el sofá era uno de estos cuadrados con el respaldo muy bajo, con lo que no era nada cómodo. Si Marinina no hubiese estado en territorio del Bien, y sabido que todos allí eran benignos y benévolos y que jamás harían daño a nadie por su propia voluntad, habría pensado que estaban intentando incomodarla aposta. Pero, por supuesto, eso no era posible, pese a lo cual siguió sollozando y sintiéndose infeliz un buen rato más… hasta que un fuerte ruido sonó a su derecha.

—¡Oh! —se sobresaltó—. ¿Qué ha sido eso?

Escrutó aquella parte de la habitación; como había tan poca luz, apenas se distinguía nada con claridad. Pero podía ver que algo se movía, acompañado por un chirriante sonido de engranajes…

 

Godorik, el magnífico · Página 49

—La tecnología moderna es sorprendente —murmuró Godorik para sí, agarrándose a uno de los salientes que rodeaban la portezuela por la que se introducían los objetos. Se alzó a sí mismo de un tirón, y salió por esta a toda prisa, antes de que alguien lo viese; y, un instante después, ponía los pies en el suelo del nivel 1.

Algo confuso, oteó los alrededores; no había nadie cerca. La Columna Uno se veía desde allí, alzándose sobre los edificios como una hélice gigante. Se embozó en su chaqueta, temiendo que en el nivel 1 hubiese más cámaras y guardias más atentos que en los anteriores, y se dirigió hacia allí.

Pronto se encontró junto a la Oficina Central, que era un edificio estrecho de apenas un par de plantas, con la segunda rodeada de cristaleras; no tenía aspecto muy impenetrable, ni estaba guardada. Godorik se aproximó a la puerta, también de cristal, que tenía un sensor y un lector de pases; un letrero rezaba «Zona verde: la entrada a este edificio requiere el rango de seguridad verde». Este no era un rango excesivamente alto, pero aún así poca gente llegaba a él. Mariana, que estaba por encima, era ya una autoridad pública; Godorik, en cambio, había tenido hasta entonces un pase amarillo, como el común de los mortales. Si la entrada a la Oficina Central requería el rango verde, es que no había allí nada que fuesen secretos de la Computadora, pero aún así era información que por la razón que fuera no debía estar al alcance de cualquiera.

Godorik no fue tan estúpido como para acercarse demasiado a la puerta, y en su lugar dio un par de vueltas al edificio, buscando algún sitio por el que pudiera colarse. Las ventanas parecían todas selladas, y estaba seguro de que si rompía un cristal saltarían las alarmas. Sin embargo, tenía que haber algún agujero por el que pudiera entrar. Aguzando la vista, creyó ver una ventana corredera en el segundo piso, y se decidió a probar suerte; se agarró a una tubería y a un par de salientes ornamentales que tenía la pared, y escaló por ella hasta la segunda planta.

Godorik, el magnífico · Página 48

Abrió la portezuela que sellaba el tubo e introdujo la cabeza. Podía pasar, sin problema, y cabía dentro; pero desde luego pesaba mucho más de cincuenta kilos, y no había manera de conseguir que la máquina lo aspirase por sí solo, además de que intentarlo no le parecía una idea especialmente brillante. Pero, quizás…

Godorik entró en el tubo, que por suerte era un tubo de subida, y se puso de pie sobre la balanza.

—Superado el límite de peso —avisó la máquina, con un pitido—. El sistema no puede operar bajo estas circunstancias.

—Cállate, maldito cacharro —gruñó Godorik, y extendió las brazos, colocando una mano a cada lado del interior del conducto. Después, levantándose a pulso, se suspendió en el aire, sujetándose mediante la artimaña de pegar los hombros contra la pared del tubo por un lado, y los pies por el otro. Godorik había imaginado que eso le costaría bastante esfuerzo, pero no: levantó los pies del suelo con total facilidad, y se sostuvo después un metro más arriba también sin ningún problema. Y eso que, con sus nuevas partes metálicas, pesaba mucho más que antes; pero la eficiencia de aquellas extremidades robóticas era increíble.

—Manni tenía razón —bufó Godorik para sí, medio en broma, medio en serio—. ¿Por qué quieren los humanos conservar sus partes biológicas?

Hincó los codos en el tubo, y comenzó a avanzar hacia arriba de esta forma. Tardó un rato en llegar al techo, donde se encontraba la compuerta que se abría de forma automática cuando se utilizaba el tubo correctamente. Pensando por un momento que esto truncaría su plan, Godorik alargó una mano hasta la compuerta; resultó que no estaba cerrada, y que bastaba empujarla ligeramente para que sus dos puertas giraran sobre sus bisagras y lo dejaran pasar.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 34

34

Marinina Crysalia Amaranta Belladona se encontraba frente a los servicios sociales de Aguascristalinas. Un jefe de sección benigno, sentado a una mesa en una habitación bien ventilada e iluminada y llena de cuadros alegres de vivos colores, la contemplaba con mirada crítica, mientras asistentes sociales de todas las categorías la observaban desde las esquinas, muy atentos.

—Bien, bien —dijo el jefe de sección, tamborileando con los dedos sobre la mesa—, ¿así que dices que escapaste de Kil-Kanan?

—Así es —titubeó Maricrís, nerviosa.

El jefe de sección se cruzó de brazos.

—Y ¿por qué razón?

—¿Por qué razón? —repitió Maricrís, sorprendida—. Pues… ¡porque todos allí eran malignos! Yo… yo no soy soy malvada. ¡Siempre he querido ayudar a los demás, y comer comida sana, y utilizar fuentes de energía renovables! —la chica sollozó, y escondió la cara tras la manga—. Cuando comprendí que mi presencia allí no ayudaría a hacer más benévolo el corazón de las depravadas gentes de Kil-Kyron, decidí marcharme, y buscar a aquellos que pudieran entenderme.

La hermosura e inocencia de Marinina se ganó inmediatamente a todos los asistentes sociales que se encontraban allí presentes. Caritio Bancraacs, que observaba desde la puerta, dejó escapar una lagrimita, emocionado. Sin embargo, el jefe de sección no se dejó impresionar.

—¿Puedes probar que no mientes? —exigió—. ¿Puedes probar que no tratas de infiltrarte entre nosotros, para espiarnos y destruirnos desde dentro?

—¡Yo nunca haría eso! —exclamó Maricrís.

—¡Eso dices! —el jefe de sección se levantó bruscamente—, pero eso dicen todos. Los caminos del Mal son intrincados y tenebrosos, y sus seguidores difíciles de desenmascarar, puesto que su lengua miente mejor que sus pulmones respiran.

Dirigió a Marinina una mirada severa; esta se asustó, y dio un paso atrás.

—No soy una seguidora del Mal —lloró—. Por favor, creedme.

—Jefe —dijo uno de los asistentes, conmovido—, miradla: ¡es una pobre joven! ¿No podéis de verdad creer que es malvada?

—Eres aún inexperto, mi querido Donrasen —dijo el jefe de sección, cambiando por un momento el tono de su voz a uno suave y amable—, aún no has visto las muchas, y muy traicioneras, caras que puede adoptar el Mal.

—Yo no soy maligna —insistió Marinina—, nunca lo he sido. ¡Por favor, creedme! ¿Qué puedo hacer para convenceros?

El jefe de sección entrecerró los ojos.

—Hay una forma —anunció—. Deberás superar la Prueba.

Godorik, el magnífico · Página 47

Al principio pensó en el Hoyo; pero, al contrario que en otros niveles, era probable que en el nivel 1 también el Hoyo estuviese vigilado. No es que hubiera muchas personas que pudiesen subir desde el nivel anterior de un salto, o quisieran intentarlo; pero a veces pasaba que la gente se descolgaba con arneses de seguridad y hacía alpinismo a través del agujero, y eso estaba prohibido. Incluso, en ocasiones, alguien había intentado colar pequeños robots voladores por allí; y en la peor de esas ocasiones habían hecho detonar una bomba no muy lejos del Banco Central. No, era casi seguro que el Hoyo estaría vigilado.

Godorik deambuló durante un rato por el nivel 10, buscando alguna otra forma de subir. Iba tan absorto, mirando al techo, que terminó por darse de bruces contra una columna.

—¡Ay! —exclamó, frotándose la nariz. Había chocado con uno de los postes de transporte ligero, unos conductos de un metro de diámetro que funcionaban igual que los tubos aspiradores de papeles de la comisaría de policía: si alguien quería transportar algo medianamente grande de un nivel a otro, lo empaquetaba y lo colocaba en el interior de un tubo de subida o de bajada. Los tubos de subida aspiraban entonces los objetos mediante un chorro de aire, mientras que los tubos de bajada los dejaban caer (y después detenían su caída mediante otro colchón de aire, en el caso de los tubos de bajada de objetos frágiles). Había muchos a lo largo y ancho de la ciudad, y aún así para utilizar los más solicitados casi siempre había cola, como para los ascensores. Y eso que el servicio no era especialmente barato, y los precios no dejaban de subir.

Godorik observó el conducto con más detenimiento. A nadie se le ocurría, normalmente, intentar utilizar aquello como un ascensor; no porque una persona de tamaño medio no cupiera dentro con creces, sino porque el sistema no estaba adaptado para esa clase de uso, y podían ocurrir accidentes graves. Además, la mayor parte de los tubos no estaban pensados para transportar más de cincuenta kilos, con lo que a prácticamente cualquier persona que entrase en el tubo la máquina le diría que excedía el límite de peso, y se negaría a ponerse en marcha. (Godorik había leído alguna vez alguna noticia que otra sobre gente muy delgada que había intentado subir un par de pisos por este sistema. La mayor parte de ellos acababan en el hospital, aunque también había más de uno al que no le había pasado nada. Las fuentes oficiales siempre pintaban esto como una suerte increíble, casi milagrosa, y hacían énfasis en todos los otros casos que habían terminado fatalmente.)