Godorik, el magnífico · Página 17

Manni condujo a Godorik por los pasillos, hasta la entrada del Hoyo donde lo habían encontrado unos días antes.

—¿Y ahora cómo salgo de aquí? —preguntó Godorik, mirando hacia arriba.

—Si yo fuera tú, saltaría —le dijo Manx—. Te ahorraría un buen viaje a través de las alcantarillas.

—¿Que salte? —se escandalizó Godorik—. No puedo saltar tan alto.

—Grmmmpf —gruñó el robot—. Claro que puedes. Pero bueno, como todavía no tienes mucha práctica en esto, corres el riesgo de caerte al Hoyo, y entonces lo mismo tenemos que rescatarte otra vez. ¡Estos humanos! Pero no te preocupes; también hay un pasadizo que te lleva al exterior.

—¿Al exterior de la ciudad? —se extrañó Godorik.

—Sí, pero no muy lejos —dijo Manni—. Como a las murallas o así.

—Pero… —protestó Godorik—. Si me lleva al exterior de la ciudad, ¿cómo voy a volver a entrar? ¡No es como si la ciudad tuviera puertas para entrar y salir dando un paseo!

—¡Pues claro que la ciudad tiene puertas! —protestó Manx—. Bueno, más que puertas son montacargas automatizados, pero no importa. No creo que tengas problema para montarte en uno de ellos.

—Lo que sea —concedió Godorik, exasperado—. Tú solo dime por dónde tengo que salir.

Manni le señaló una pasarela, que circunvalaba el Hoyo y desaparecía en un agujero en la pared.

—Tú ve por ahí —instruyó—, y sigue siempre las flechas amarillas. Cuando estés fuera, busca la compuerta de un montacargas, y… súbete, supongo. No sé, no suelo hacer esto.

—Está bien —dijo Godorik—. Gracias por todo, Manx.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 13

13

Media hora más tarde, Orosc Vlendgeron y Beredik la Sin Ojos recibieron en el salón del trono al Sumo Sacerdote de Rabania. El Sumo Sacerdote era un hombre mayor, casi calvo, con una larga barba canosa y vestido con una túnica de un blanco inmaculado.

Cuando entró en la sala del trono, apenas se dignó a mirar a su alrededor.

—¡Señor del Mal! —imprecó inmediatamente al Gran Emperador de los Ejércitos Malignos—. ¡Tu camino es errado! ¡Desiste de tus propósitos, antes de que causes más sufrimiento!

—Eso dices, siervo balbuceante del Bien —insultó Orosc—, tú que te arrastras ante tus propias ideas, sin considerar el daño que estas hacen a los míos.

El Sumo Sacerdote pareció confundido.

—Si el Bien hiere a los tuyos, guardián de las tinieblas, es solo porque sus almas están consumidas por la oscuridad —replicó—. Ningún beneficio pueden obtener de esto; únicamente les llevará a su propia y horrible destrucción. Y lo mismo te pasará a ti, señor del Mal, si no corriges tu rumbo. ¡Aún no es demasiado tarde! El Bien es benevolente con los descarriados.

—Eso está muy bien, pues así puede ser benevolente con sus propios siervos —escupió Vlendgeron irguiéndose sobre su trono, muy metido en su papel de malvado Gran Emperador—. Mis súbditos no desean unirse a tus huestes, y dejar que tú y otros como tú escruten cada palmo de sus almas con su incesante luz. ¡Mis súbditos se regocijan en la oscuridad, en la guerra, y en la comida basura! Y lo mismo harán los tuyos una vez conquistados y esclavizados por el Mal.

—¡Nunca! —gritó el Sumo Sacerdote.

—¡Vuelve a tu asqueroso mundo de paz y confianza! —gritó a su vez Orosc—. Vuelve, y continúa engañándote, pues sabes que en el fondo de los corazones de tus servidores hierve el odio y el desdeo de hacer el Mal. ¡Y, muy pronto, nosotros les daremos esa oportunidad!

—¡Nunca! —repitió el Sumo Sacerdote—. Nosotros, los seguidores del Bien, jamás permitiremos que una cosa así ocurra. ¡Lucharemos por nuestras convicciones hasta el final!

—Como ya he dicho —dijo Vlendgeron—, sigue engañándote a ti mismo.

—Yo no me engaño —afirmó el Sumo Sacerdote—. He venido a decirte esto, malvado emperador: ríndete antes de que sea demasiado tarde. Durante mucho tiempo, demasiado, hemos tolerado tu presencia aquí; pero no lo haremos por más tiempo. Las ciudades cercanas, entre ellas Rabania, ya están reuniendo voluntarios, para así permitir a los servicios sociales cercar tu montaña cuanto antes, y rescatar a tus desgraciados seguidores del yugo de tu tiranía. ¡Ríndete ahora y vuelve al buen camino, o sufre las consecuencias!

Godorik, el magnífico · Página 16

—¡Pero cuidado, hombre! —gritó Manx—. Controla la altura o te harás daño.

—¡Qué…! —exclamó Godorik—. ¿Cómo…?

—¿No te lo te dicho? —se pavoneó Manni, satisfecho—. Y eso no es nada. Con algo de práctica, podrás saltar decenas de metros casi sin esfuerzo. Podrás hasta salir del Hoyo con un par de saltos, como hago yo.

—Estamos a… ¿cuánto? ¿Cien metros bajo el suelo? —se extrañó Godorik—. No creo que pueda hacer eso.

—Tú hazme caso —Manni hizo un gesto despectivo—. Y no estamos a cien metros bajo el suelo. De hecho, seguimos por encima del suelo.

—Estamos por debajo de la ciudad —protestó Godorik.

—Sí, pero la ciudad es una torre kilométrica que se yergue sobre el paisaje —dijo el robot, agitando el dedo—. Incluso el fondo del Hoyo está por encima del nivel del suelo. ¿Es que no os enseñan estas cosas en el colegio?

—Hace mucho que salí del colegio, Manx.

—Vaya cosa —se burló este—. Y, como los habitantes de la ciudad nunca salís al exterior, no lo sabéis.

Godorik había sido siempre un tipo bastante atlético, y tardó muy poco en encontrarse otra vez en forma. O, bien, no en forma, pero bastante recuperado; lo suficientemente recuperado como para que su impaciencia por volver a la ciudad y aclarar sus asuntos no le permitiese permanecer allí por más tiempo.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —preguntó Agarandino, cuando su involuntario paciente manifestó su deseo de marcharse—. Será mejor que tengas cuidado. No creo que te hayas acostumbrado aún a esos implantes, y todavía pueden jugarte una mala pasada.

—Eso no importa —aseguró Godorik—. Gracias por todo; pero tengo que irme antes de que me den por muerto o desaparecido, y, peor aún, antes de que esos tipos hagan algo que podamos lamentar.

—Bueno, bueno, como veas —cedió el doctor, tras dirigir a Manx una mirada un tanto sospechosa—. Vuelve a nosotros si tienes algún problema.

Godorik, el magnífico · Página 15

—Eres un ciego y un necio, como todos los de allí arriba —respondió el doctor, airado—, pero por lo menos dices lo que piensas.

—Y así comienza una hermosa amistad —silbó Manni, vertiendo otra taza de té por su cañería digestiva—. Y ahora el paciente debería reposar, y pronto estará como nuevo para ir a perseguir sus propias teorías conspiratorias.

Las siguientes cuarenta y ocho horas las pasó Godorik en compañía de Manx y el estrambótico doctor Agarandino. No es que Manni fuese menos raro que el doctor; al contrario, ambos eran estrafalarios a más no poder; pero en un robot Godorik estaba más predispuesto a disculpar alguna excentricidad que en un humano. (Si Manni se hubiese enterado de esto, habría habido problemas, sin duda.) Tras dormir otro rato, Godorik fue capaz de levantarse, y probó sus nuevas (y superiores) partes mecánicas andando un poco por la habitación.

—Es tan extraño —comentó, una vez hubo conseguido que le respondieran competentemente—. Es como si hicieran lo quieren, pero a la vez también hicieran lo que yo quiero.

—En cuanto te acostumbres verás —dijo Manni—. No comprenderás por qué los humanos prefieren conservar sus partes biológicas.

—Hum, creo que comprendo muy bien por qué los humanos prefieren conservar sus partes biológicas —contestó Godorik, trastabillando.

—¡Ja! —se rió Manx—. Prueba a saltar hasta la lámpara.

—¿Qué dices? —dijo Godorik—. Está demasiado alta.

—Prueba —insistió el robot.

Aunque escéptico, Godorik echó una mirada a la lámpara que colgaba del techo, y dio un salto, tratando de alcanzarla. Para su sorpresa, no sólo la alcanzó, sino que se pasó de la raya y se dio con la cabeza contra el techo.

—¡Au! —exclamó.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 12

12

—Y así es como murió Pati Zanzorn —explicó Sore Matancianas a Orosc Vlendgeron y a Pati Zanzorn—. Es trágico.

—En fin, estas cosas pasan —dijo Pati Zanzorn.

—Sí, sí —el Gran Emperador tamborileó con los dedos sobre su trono, impaciente—. Entonces, tenéis un mapa del almacén de Aguascristalinas. ¿Cuál es el plan?

—El plan es construir un túnel desde el exterior hasta el interior del almacén, y disimularlo muy bien —comentó Sore—. Así podremos sacar cosas regularmente, hasta que descubran el túnel… si lo descubren.

—Es una idea genial —aprobó Pati Zanzorn.

—Es la idea más estúpida que he escuchado en… bien, en poco tiempo —se lamentó Orosc Vlendgeron—, pero podría funcionar. Reuniremos a un equipo de zapadores.

—Hay otra cosa —exclamó el Fozo. Sore lo miró disgustado.

—¿El qué? —preguntó el Gran Emperador.

—También pensamos que podríamos disfrazar a todos los inútiles del fuerte de vagabundos e ir a pedir comida a los hogares de vagabundos del Bien. —rezongó Sore.

—¡Qué idea más estupenda! —aprobó Pati Zanzorn—. Eso no resolverá nuestros problemas de suministros, pero nos proporcionará suplementos vitamínicos. ¡Y de paso estafaremos al Bien!

Sore sufrió un dejà vu. Orosc Vlendgeron se llevó las manos a la cabeza.

—Está bien, está bien —concedió—. Pati, encárgate de que se haga todo esto. Y procurad tener más cuidado la próxima vez que os acerquéis a Aguascristalinas.

—Claro, claro —masticó Sore, incómodo.

—Y ahora, todo el mundo fuera —ordenó Orosc Vlendgeron—, y que alguien llame a Beredik la Sin Ojos. Tengo una audiencia con el Sumo Sacerdote del Bien de la ciudad de Rabania, y no sé qué hacer con él.

—Cortadle la cabeza —sugirió el Fozo.

—Fuera de aquí —gruñó Orosc Vlendgeron.

Godorik, el magnífico · Página 14

—Así que nos hemos desterrado —asintió Manni.

—Y ahora vivimos aquí —completó Agarandino.

—¿Viven voluntariamente dentro del Hoyo? ¿Entre la basura? —expuso Godorik—. ¿Cómo es eso mejor que… bueno, lo de la putrefacción?

—Putrefacción mental, amigo mío —el doctor dio una palmada—, putrefacción mental. Por supuesto que aquí entre la basura hay más basura… pero al menos es basura física. —se levantó y comenzó a pasear por la habitación, gesticulando grandilocuentemente—. No es basura cerebral, como la que cubre las mentes y los ojos de la gente de ahí arriba; esclavos controlados y obedientes de la Gran Computadora.

—Yo no soy un esclavo de ninguna computadora —protestó Godorik, molesto—. No sé qué quiere usted decir con eso.

—¿No eras empleado de patentes? —preguntó Agarandino—. ¿Acaso no trabajas para el gobierno computerizado?

—Sí, pero… —Godorik frunció el ceño.

—Ahí lo tienes —dijo el doctor, triunfal—. Todos ahí arriba trabajáis para esa máquina infernal, que controla vuestras vidas. Dejáis que ella os diga todo lo que tenéis que hacer: qué tenéis que comer, cómo tenéis que vestiros, a qué hora tenéis que levantaros. Ni siquiera os cuestionáis qué es lo que la computadora pretende, o a dónde os lleva… y permíteme que te diga a dónde os lleva: ¡a la aniquilación total!

—Dígame —comentó Godorik, con la mosca detrás de la oreja—, ¿es usted uno de esos conspiracionistas apocalípticos que se reúnen en los sótanos para proclamar que se acerca el fin del mundo?

—No sé quiénes son esos —dijo Agarandino—, pero, si se oponen a la computadora, quizás me una a ellos.

—No se lo recomiendo —aconsejó Godorik, intentando incorporarse una vez más, en esta ocasión con algo más de éxito—. Son unos chiflados, y los han ilegalizado. No es que usted no me esté pareciendo también un chiflado, pero me cae bien, y además le debo una. Así que no, mejor no se una a esa gente.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 11

11

—¿Qué? ¡No! —exclamó la madre, horrorizada—. Solo le afectó a un diente, y era de leche.

—¿Ni siquiera perdió los dientes? —dijo el Fozo, decepcionado—. Pues vaya cosa. Yo tengo un amigo que perdió todos los dientes, y parte de la mandíbula.

La pequeña y adorable Lilí pareció asustarse. La madre, también.

—¿Por la caries? —preguntó.

—No, bueno —explicó el Fozo—. Es que le dieron con un hacha.

—Fozo, cá-lla-te —silabeó Sore cuidadosamente.

—¡Qué horror! —exclamó la madre—. ¡Qué horrible accidente!

—No, no fue un… —el Fozo vio la expresión de Sore, y se calló momentáneamente, desconcertado.

—Claro que fue un accidente —continuó Sore—. Un terrible accidente. Pero no pasa nada, porque le pusieron implantes. Y desde entonces se celebran en el lugar todos los años jornadas de prevención para la seguridad laboral y el buen uso de las hachas.

—Menos mal —dijo la mujer—. ¿Y qué lugar es ese?

—Kil-Kyron —contestó el Fozo inocentemente.

La mujer cambió de expresión. Dejó caer el destornillador, se llevó las manos a la boca, y emitió un chillido.

—¡Ya la has hecho buena! —exclamó Sore—. ¡Vámonos de aquí!

Salieron corriendo, mientras se acercaban un montón de curiosos preguntando qué había pasado y dispuestos a auxiliar a la mujer en problemas. No escucharon lo que se decía, pero tras un momento varias personas comenzaron a perseguirles.

—¡Llamen a los servicios sociales! —oyeron que gritaba alguien.

—¡Corre, maldita sea! —dijo Sore.

Consiguieron salir de la ciudad, aunque perseguidos por lo que parecían cada vez más personas. Por suerte para ellos, no había guardias en el puente, porque todos ellos estaban demasiado ocupados participando en el día contra la caries. Una vez lo hubieron cruzado, trataron de perderse entre los árboles.

—¿Dónde están? ¿Dónde están? —escuchaban a sus perseguidores.

—¡No os preocupéis! ¡Pronto llegarán los servicios sociales! —gritó alguien.

—¡Tenemos que salir de aquí cuanto antes! —dijo Sore, y adentrándose un poco más entre la maleza se dirigieron al lugar donde habían dejado al resto del equipo.

Pati Zanzorn, Avur Vilán y Asimarak Cuu seguían cavando, y ya estaban de tierra hasta las orejas. Pati Zanzorn no había dejado de hablar en todo el tiempo, y Asimarak Cuu aún no había dicho una palabra. Avur Vilán pareció bastante aliviada cuando vio llegar a Sore y el Fozo.

—¡Corred! —gritó Sore enseguida, sin detenerse—. ¡Nos persiguen! ¡Corred, rápido!

Los tres obedecieron esa orden rápidamente, y el equipo trató de poner pies en polvorosa. No obstante, no habían contado con la eficacia de los servicios sociales, que ya habían llegado al lugar.

—¡Van por allí! —gritó uno de los voluntarios, que llevaba prismáticos.

—¡Están entrando en la zona del aserradero! —gritó otro—. ¡Es peligroso! ¡Algunos árboles pueden caerse!

—¡Cuidado! —exclamó otro, intentando avisar a sus perseguidos. Pero ya era demasiado tarde; el traqueteo de tanta gente terminó por hacer que una enorme rama seca que ya estaba suelta se desprendiese del todo, y cayese con gran estrépito sobre Pati Zanzorn, sepultándolo casi por completo.

—Uh… larga vida… al Mal —musitó Pati Zanzorn, y sus ojos se volvieron vidriosos.

—¡No! —gritó Sore Matancianas—. ¡NOOOOOOO!

Godorik, el magnífico · Página 13

—¿Siempre es así? —preguntó Godorik, sorprendido.

—¡Oh, no! —negó Agarandino—. A ratos es muy agradable. Es que estos temas lo ponen muy sensible.

Manni volvió al cabo de un rato, esgrimiendo un té de canela como quien lleva una metralleta. Airado, sirvió tres tazas.

—Gracias, pero yo no… —protestó Godorik, al que no le gustaba el té.

—Bébete su té o acabarás mal —aconsejó Agarandino, en un susurro.

Godorik suspiró y alargó la mano para coger una taza. Como los dedos no le respondían adecuadamente, se echó la mitad del té hirviendo por encima.

—¡Oh! —exclamó Manni—. ¿Te encuentras bien?

—No quema —se sorprendió Godorik, mirando el té derramado sobre su torso.

—Claro que no —dijo Agarandino, inflándose orgulloso—. Y tampoco tienes que preocuparte por el líquido. Te hemos puesto las piezas de mejor calidad que teníamos; alta tecnología. Impermeables cien por cien.

—Nuevas y superiores —repitió Manni, asintiendo.

Godorik pasó la vista de uno a otro, confuso.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó al fin—. ¿De dónde han sacado esas piezas, y cómo me las han puesto? ¿Y por qué lo han hecho, y qué hacen dentro del Hoyo?

—Ya te lo hemos dicho —insistió Manni—. Este es el doctor Agarandino, gran autoridad científica, y yo soy Manx, impecable unidad robótica.

—Pero —protestó Godorik—, ¿por qué están dentro del Hoyo?

—Vivimos aquí —dijo el doctor.

—Pero ¿por qué?

—¡Oh! —exclamó Agarandino—. Pues porque renegamos de esa sociedad absurda y repugnante de la que procedes, que se extiende por la superficie como la putrefacción sobre la carroña.

Godorik, el magnífico · Página 12

—Tengo la idea de que un grupo terrorista está planeando algo en la ciudad —explicó Godorik—. Algo que no puede ser bueno en absoluto. De hecho, creo que los que me dispararon trabajan para ellos.

—Qué interesante —comentó el doctor.

—Pero antes de eso… doctor… —Godorik pareció recordar otra cosa; otra cosa importante—. Tengo que preguntarle… uhm… quiero decir… ¿sigo siendo… anatómicamente correcto?

Agarandino estalló en carcajadas.

—Sí, sí —contestó, enjugándose una lágrima del ojo izquierdo—. Tranquilo. Sí.

Godorik respiró aliviado.

—Volviendo a los terroristas… —dijo—. Tengo que avisar a la policía. —se le ocurrió algo más—. Y a mi novia. Me fui ayer de casa diciendo que volvía enseguida.

—¿Qué es eso de los terroristas? —se interesó Agarandino—. ¿De dónde has sacado esa idea?

—Bueno, los escuché hablar sobre… la verdad es que no sé muy bien sobre qué, pero algo como envenenar el depósito de agua de la ciudad. Y luego vi a los que creo que eran los mismos tipos matando a tres personas —Godorik se encogió de hombros—. Y luego me dispararon.

—Ajam, ajam —asintió Agarandino—. Me parece que tú tampoco lo tienes muy claro.

—Déjeme tranquilo —bufó Godorik.

—Ya. Bueno, tranquilo. Como ya te he dicho, en unos días podrás seguir con tu cruzada.

En ese momento, Manni paró la aspiradora.

—Voy a hacer un té —anunció, con muy malas maneras—. ¿Alguien quiere?

—Yo, querido amigo —dijo el doctor—, pero solo porque sé que eres un ser mecánico, y que no puedes escupir dentro.

Esto cabreó a Manx aún más, y si hubiera podido salir de la habitación dando un portazo lo habría hecho; pero desgraciadamente no había puerta, y tuvo que conformarse con dar una serie de pisotones en su camino a la cocina.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 10

10

Sore y el Fozo se volvieron de inmediato, con cara de pocos amigos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sore. El druida comenzó a acercarse, y el Fozo resopló.

—He notado, queridos amigos, que no lleváis la identificación del día contra la caries —comentó el druida, señalando un lacito amarillo que tenía prendido en el pecho—. ¿Es que no os habéis enterado? Hoy es el día oficial contra la caries en Aguascristalinas.

—Uhm… no, es que venimos de lejos y… —farfulló Sore.

—Vamos, vamos, venid conmigo —el druida los cogió afectuosamente por el hombro y echó a andar con ellos—. Es importante que todos estemos adecuadamente informados de los peligros de la caries, y cómo prevenirlos.

—Uh… sí —asintió Sore, sin saber cómo salir del lío—. Pero, ¿no tenía usted algo que hacer allí en el almacén? Ya vamos nosotros solos.

—Oh, no, no hay problema —dijo el druida—. Ya lo haré después. Os acompañaré para que no os perdáis. Aguascristalinas es muy grande.

—¿Me lo cargo? —cuchicheó el Fozo a Sore, mientras cruzaban el puente que conducía a Aguascristalinas—. Si quieres me lo cargo.

—No, idiota —dijo Sore, también en voz baja—. Si lo haces al final se enterarán de que revisamos el granero. Tú disimula, y ya nos largaremos.

El druida los condujo al parque de Aguascristalinas, que estaba lleno de gente y donde habían colocado numerosos puestos y stands informativos.

—Aquí es —les dijo el druida amablemente—. Bien, aquí os dejo. ¡Hasta luego!

Y se marchó, mientras el Fozo gruñía con disgusto a la vista de tanto seguidor del Bien junto.

—Puedo volcar un par de puestos —dijo a Sore.

—No se te ocurra —contestó este—. Vámonos.

—Queridos muchachos —escucharon otra voz tras ellos. Sore se llevó las manos a la cabeza—, ¿serían tan amables de ayudarnos un momento? Mi querida Lilí y yo no somos suficientes para montar esa estructura.

—¿Puedo…? —comenzó el Fozo, mientras ambos se daban la vuelta y se encontraban con una madre y su hija pequeña, ambas rubias, hermosas y encantadoras, que señalaban un puesto casero a medio montar.

—NO —barbotó Sore, mirando al Fozo, y después se volvió hacia sus interlocutoras—. Estaremos, ejem, encantados de ayudarlas. ¿Qué hay que hacer?

—Solo sujetar estas barras aquí mientras apretamos los tornillos —dijo la madre, entusiasmada, y les mostró las barras—. Lilí os indicará si están bien puestas, ¿a que sí? —la niñita asintió encantada—. Yo las atornillaré. Es que queremos montar este puesto porque mi pobre Lilí… pobrecita… ¡sufrió caries el año pasado! Y queríamos compartir su experiencia para que todos estén avisados contra la caries.

—Qué horrible —dejó escapar con sarcasmo Sore Matancianas mientras el Fozo y él sujetaban las barras.

—¿Y perdió todos los dientes? —preguntó el Fozo, con interés.