El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 5

5

En efecto, en cuanto se terminó la soda el Fozo desapareció escaleras abajo, para volver media hora después arrastrando tras de sí a otro muchacho de su misma edad, tan feo que Barn casi se sentía guapo a su lado. El Fozo lo colocó delante de Barn, hechido de orgullo; su trofeo, sin embargo, parecía poco entusiasmado, y se dedicó a alisar con desdén la manga por la que el Fozo lo había traído hasta allí.

—Este es el listo, el que te dije —dijo el Fozo, con su usual sutileza—. Se llama Sore.

—Sore Matancianas —se dignó a presentarse el trofeo.

Barn apenas levantó la mirada de su fregantina por un momento; no tenía costumbre de parecer interesado en nada.

—Yo soy Barn —se presentó a su vez—. ¿Qué vais a tomar?

—Uhm… —dudó Sore Matancianas, con expresión de pocos amigos.

—Ponme otra soda —pidió el Fozo—. Y ponle una a este también.

Barn sirvió las sodas a dos manos, con tanta habilidad que parecía que ni siquiera hubiese dejado de fregar mientras las ponía.

—Bueno, Sore Matancianas —comentó—. ¿Cuánto tiempo llevas por aquí?

—Dos semanas —contestó Sore, mirando atónito a Barn, como si viese a un malabarista.

—Hm, hmm —gruñó Barn—. Nunca te he visto por aquí.

—Tengo cosas mejores que hacer que vaguear en una cantina —dijo Sore—. El Mal no se propaga solo, ¿sabes?

—Hmm, hmmm —gruñó de nuevo Barn, asintiendo—. Estoy de acuerdo.

—¿Ves, Barn? —interrumpió el Fozo—. Te digo que este tío es muy listo. Se le ha ocurrido un plan para hacer explotar un puente en… no sé muy bien dónde, pero es un sitio en el que vendría bien explotar un puente…

—¿Hmmm? —siguió gruñendo el cantinero.

—Rovenblanco Central —explicó Sore, hinchándose—. El puente de las Mil Maravillas es un lugar estratégico por el que pasa casi un tercio del comercio que se dirige al noreste. Cuando comencemos la ofensiva, será muy útil volarlo; servirá de distracción, además de diezmar los recursos del norte, puesto que sus otras rutas de abastecimiento no tienen capacidad para soportar cargas mayores, y la angostez del Pasaje Rocoso…

—¿Ves lo que te digo? —insistió el Fozo—. Este tío piensa. ¡Hasta sabe sumar a tope!

Barn suspiró.

—¿Y cómo volarías ese puente? —preguntó a Sore.

—Eso es lo mejor —se emocionó este—. ¡Con bombas flotantes! La montaña de Kil-Kanan cuenta con un recurso excepcional, raramente visto en el mundo: ¡helio! Los géiseres que se ven de vez en cuando en la cara norte contienen gran cantidad de helio, que con algo de cuidado podría ser recogido y embolsado…

—¿Qué es el helio? —preguntó el Fozo. Sore lo ignoró.

—… y utilizado, en globos, como medio de transporte para bombas pequeñas y compactas, que serían guiadas hasta Rovenblanco por magos de aire que operarían a distancia. Podría calcularse la cantidad de helio necesaria para que los globos perdiesen altura justamente sobre el puente; pero, puesto que han de ser guiados hasta allí, de todas maneras, es más práctico controlar también su descenso, con lo que se obtendrá más precisión. El otro caso tiene la ventaja de que muchos de los artefactos caerán sobre la ciudad, provocando destrucción aleatoria; pero tiene menos probabilidades de completar el plan original, el de la destrucción estratégica del puente…

—Hm hmm —gruñó Barn, una vez más. Sore Matancianas parecía estar un poco chiflado, pero no se podía negar que, efectivamente, pensaba—. No suena mal.

—¡Por supuesto que no suena mal! —exclamó Sore—. Y, si lo combináis con un plan de ataque adecuado por el flanco de la Torre Tremenda…

—Te diré una cosa —interrumpió el cantinero—. Orosc Vlendgeron está buscando gente capacitada para llevar a cabo una misión importante. Quizás vosotros dos deberíais solicitar un puesto en ese equipo.

—¿El Gran Emperador necesita gente? —Sore dio un puñetazo sobre la mesa—. ¿Y a qué estamos esperando? ¡Vámonos, Fozo!

—¡Te lo dije! —afirmó el Fozo mirando a Barn, mientras Sore se levantaba y empezaba a tirar de él hacia la puerta, dejándose media soda aún sobre la barra. Barn exhaló un suspiro compasivo cuando los vio desaparecer por la escalera, y volvió a fregar sus vasos.

Godorik, el magnífico · Página 5

Unas pocas calles más allá, se encontró con un espectáculo lamentable. Apostado en la esquina, espió el callejón del que venían los ruidos; en el suelo, frente a una tienda con la persiana aún entreabierta, yacían los cadáveres, o lo que parecían los cadáveres, de dos hombres bastante gordos, y un joven. La acera estaba manchada de sangre, que relucía tenuemente a la luz de las farolas. La vista de Godorik pasó de los cadáveres a los charcos de sangre, y de ahí… a los dos hombres con escopeta que apuntaban aún a los cuerpos inertes que acababan de abatir.

Por suerte, ellos no le vieron a él. Se esforzó en distinguir lo que hablaban, mientras ellos registraban los bolsillos de sus víctimas.

—No está aquí —siseó uno, frustrado, tras revisar la faltriquera del hombre más gordo—. ¡No está aquí! Gidolet no estará contento.

Gidolet… Godorik frunció el ceño. Era el mismo nombre que había oído aquella mañana. Podía ser una coincidencia, pero…

—Tranquilo —dijo el otro—. Ya encontraremos esa organización, y tarde o temprano morirán todos. Gidolet no podrá quejarse.

—Podrá quejarse si el trabajo no está hecho a tiempo para completar su plan —objetó el primero—. Si estos bastardos siguen empeñados en ofrecer la verdad al gran público, la gente podría empezar a escucharles. Y entonces no confiarán en los implantes, y todo el plan se irá al carajo.

—Si quieres mi opinión —repuso el segundo, terminando de registrar los otros dos cuerpos—, Gidolet no está haciendo todo esto con cabeza. Si yo fuera él…

—Pero tú no eres él, así que cállate —lo interrumpió el primero—, y acaba de una vez. Tenemos más trabajo que hacer esta noche. Y si Gidolet quiere convertir a toda la ciudad en cyborgs descerebrados, que lo haga; nosotros estaremos lejos para entonces.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 4

4

Una vez que Orosc se hubo ido, Celsio Barn reflexionó sobre sus palabras.

—Necesito formar un equipo para una misión importante —había dicho también—. Mándame a cualquiera que creas cualificado.

Eso sonaba más fácil de lo que realmente era. Barn había dicho a su jefe que los nuevos reclutas estaban llegando más entusiastas, lo cual era verdad; pero no tenía nada que ver con que los nuevos reclutas estuviesen llegando más cualificados, lo que de hecho no estaba ocurriendo. La mayor parte de la gente que llegaba al Fuerte Oscuro había pasado la mayor parte de su vida viviendo en tierras del Bien, y, por mucho entusiasmo que le echaran a la cosa, eran unos zoquetes muy poco capacitados para realizar tareas malignas.

Así, a bote pronto, la única persona que se le antojaba medianamente competente era el Fozo. El Fozo era un jovencito que llevaba varios años en Kil-Kyron; había nacido en las Islas Úmbreas, al otro lado del continente, y emprendido el camino hacia la Montaña del Mal a la temprana edad de doce años. Medía un metro cincuenta de alto y un metro cincuenta de ancho; tenía más músculo que la mitad del fuerte junto, y, sin duda, más músculo que seso. Pero era un buen chaval, y desde luego no entraba en la categoría de «blandito y voluble».

—Oye, Fozo —lo saludó Barn, la primera vez que lo vio por la cantina después de su conversación con Vlendgeron. El Fozo no se llamaba realmente así, pero todo el mundo lo conocía por ese apodo. Casi nadie sabía por qué se lo habían puesto, pero eran aún menos los que recordaban que su nombre verdadero era Jo Mosinga.

—¿Qué pasa, Barn? —preguntó el Fozo, que tenía una buena relación con el cantinero… como casi todo el mundo en aquel fuerte.

—Vlendgeron está buscando gente para formar un equipo —comentó Barn—. Quizás quieras apuntarte.

—Sabes que yo voy a donde haga falta, Barn —contestó el Fozo.

—Se agradece; porque, la verdad, aparte de ti, no se me ocurre nadie más. —dijo el barman, y preguntó—. ¿Conoces a alguien que no esté hecho de papel? ¿Quizás, incluso, que sirva para algo?

El Fozo soltó una carcajada.

—Barn, creo que tengo al hombre que te hace falta —afirmó.

—¿En serio? —Celsio Barn alzó una ceja—. ¿Y quién es?

—Uno de los nuevos —dijo el Fozo—. Un tío que es más listo que… creo que es hasta más listo que tú, Barn.

Barn alzó la otra ceja. El listón del Fozo para considerar a alguien inteligente no estaba muy alto.

—Preséntamelo —pidió.

—Claro, Barn —asintió el Fozo—. En cuanto me termine la soda.

El barman suspiró, a la par que reanudaba su tarea favorita: fregar vasos poniendo cara de mala leche.

Godorik, el magnífico · Página 4

—¿Terroristas? —preguntó Mariana Pafel, gestora y residente del nivel 11. Debido a su trabajo, se suponía que estas cosas debían interesarla también profesionalmente.

—Un grupo bien vestido y armado que hablaba de cosas bastante siniestras —explicó Godorik—. Estaban en el patio de la oficina.

—¿Qué hacían ahí?

—¿Qué sé yo? Tampoco es el lugar que yo elegiría para discutir mis proyectos de destrucción.

—Por eso lo decía —se impacientó Mariana.

—Ya te digo, no sé qué hacían allí. Se marcharon inmediatamente en cuanto me vieron. —insistió él, y un momento después aguzó el oído—. Eso… ¿ha sonado un tiro?

—¿Un tiro? Yo no he oído nada —respondió Mariana.

Pero Godorik salió al balcón del apartamento, escamado.

—Creo que ha sido un tiro —aseguró, y escuchó otro ruido sospechoso—. ¡Otra vez! ¿Lo has oído? Voy a ir a ver qué pasa.

—¿A estas horas de la noche? —se quejó Mariana, cuya curiosidad profesional tampoco iba tan lejos—. Siempre estás metiendo la nariz donde no te llaman. Algún día acabarás mal.

—En realidad, tú eres la que debería ir a resolver lo que sea —le reprochó Godorik, mientras se ponía el abrigo—. Tú eres la que tiene responsabilidades aquí. Yo solo soy un empleado de patentes.

Ignoró el comentario sarcástico de Mariana mientras se iba del piso y bajaba las escaleras. Salió a la calle y se dirigió a paso rápido hacia el lugar donde le parecía haber oído los disparos. A medio camino, comprobó que no se había equivocado; escuchó un par de gritos, uno de ellos pidiendo auxilio, y otro tiro. Echó a correr.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 3

3

Lo cierto era que Orosc Vlendgeron apreciaba bastante la compañía de Barn, y solía dejarse caer por su bar. Este, situado en la última planta del Fuerte Oscuro, tenía el aspecto de un restaurante circular de estos que rotan, pero sin rotar. La barra, que formaba un medio círculo, estaba a uno de los lados, que comunicaba con la cocina; el resto estaba ocupado por sillas y mesas. Todas las paredes, excepto la que daba a la cocina, tenían grandes ventanales, por los que podía verse a través de los nubarrones el hermoso y desolado paisaje de las faldas de Kil-Kanan.

La cantina cerraba bastante tarde, pero aun de noche el espectáculo que se veía a través de sus ventanas era digno de admirarse. El pico del Kil-Kanan estaba permanentemente cubierto por las nubes en forma de sombra negra que hacían que pudiera verse desde muy lejos, y que envolvían la cantina. Las luces del resto del Fuerte Oscuro (que, a pesar de su nombre, emitía bastante luz; al fin y al cabo, la contaminación lumínica también era una labor maligna) se reflejaban en las nubes con tonos violetas y anaranjados, creando la impresión de un permanente anochecer.

A Orosc Vlendgeron esta vista le gustaba mucho, y solía admirarla sentado a la barra de Barn con una copa en la mano. Sin embargo, en los últimos tiempos estaba más pensativo que de costumbre; tanto, que pasaba más tiempo contemplando el fondo de su vaso que el magnífico efecto lumínico.

—Dime, Barn —interrogó un día al cantinero, mientras este fregaba vasos—, ¿has notado algo últimamente entre los nuevos reclutas?

Barn reflexionó por un momento, aunque sin parar de fregar vasos y sin dejar de lado su actitud habitual: la de que los problemas de sus clientes le importaban un carajo.

—Parecen bastante entusiastas, jefe —comentó.

—¿En qué sentido? —preguntó Orosc, dando un sorbo a la bebida carbonatada de su copa. Beber vino habría sido más adecuado, pero las uvas no crecían muy bien en el ambiente hostil del Kil-Kanan, así que las reservas de alcohol provenían en su mayor parte de asaltos a caravanas benignas que pasaban cerca del Fuerte Oscuro. Lamentablemente, como no pasaban muchas caravanas cerca del Fuerte Oscuro, las existencias de vino eran escasas y era preferible guardarlas para ocasiones especiales; y a Orosc Vlendgeron, como buen líder del Ejército del Mal, le gustaba predicar con el ejemplo.

—Durante los últimos tiempos, todos los nuevos que llegaban eran bastante blanditos —explicó Barn, encogiéndose de hombros—. Blanditos y volubles, sin mucha voluntad para hacer nada. Pero últimamente parece que la cosa está cambiando. Cada vez vienen chicos más jóvenes y más fanáticos, y con creciente entusiasmo por la causa del Mal.

—Excelente —exclamó Orosc, dando otro sorbo a su bebida—. Mis sospechas se confirman.

—¿Qué sospechas, jefe?

—Hasta ahora, hemos vivido en el apogeo del Bien —dijo Orosc—. Lo que llegaba a nosotros, esos jóvenes blanditos y volubles de los que hablas, no eran más que los despojos de la luminosidad. Durante mucho tiempo no pudimos hacer nada más que esperar, y resistir. Y sospecho que lo hemos conseguido: ahora la balanza comienza de nuevo a inclinarse a nuestro favor. El Mal en los corazones de la gente empieza a agitarse de nuevo. —dio otro sorbo a su copa, satisfecho—. Nuestro momento llegará pronto, Barn.

 

Godorik, el magnífico · Página 3

—¡Aniquilar! —dijo otro, con una carcajada—. Qué palabras utilizas, Gidolet. Que estamos en público, hombre. Yo habría dicho más bien, convencer… o persuadir…

—Ya captáis la idea —dijo un tercero—. Lo mejor será empezar por…

—Un momento —interrumpió uno de los de los rifles, y Godorik se dio cuenta de que miraba en su dirección. Hay oídos indiscretos por aquí. Será mejor que nos retiremos a otro lugar.

Godorik vio cómo varios le echaban una ojeada, y un momento después se marcharon en dirección a la puerta trasera. Por un momento, se quedó parado en el sitio, muy sorprendido por lo que acababa de escuchar.

«¿Qué planea esta gente?», se preguntó. «¿Qué clase de terroristas son?»

En cuanto pudo asegurarse de que no le veían, les siguió a través de la puerta trasera. Pero a pesar de sus esfuerzos ellos no tardaron en darse cuenta de que los perseguía; uno de los tipos de los rifles le lanzó una mirada asesina, y después de que dijera algo a los demás todos apretaron el paso y se perdieron entre los callejones. Godorik, que estaba en horario de trabajo y no quería alejarse demasiado de la oficina, no trató de seguirles más allá.

—Has conseguido que se marchen, jefe —constató Keriv, admirado, cuando volvió.

—No ha sido muy difícil —bromeó Godorik—. Solo había que mirarles un poco.

—¿Quiénes eran?

— No lo sé —admitió Godorik—, pero avísame si vuelven.

A pesar de que se habían ido pacíficamente, Godorik no pudo dejar de darle vueltas a todo el asunto. Por la noche fue a ver a su novia.

—Me ha ocurrido una cosa muy extraña hoy, Mariana —le dijo—. O me he tropezado con una broma muy elaborada, o me he encontrado con un grupo de terroristas.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 2

2

A las órdenes de Orosc Vlendgeron se encontraban muchas personas memorables. Una de ellas era Beredik la Sin Ojos, la gran vidente del siglo, que había traicionado al buen rey Wadaslis veinte años atrás para unirse a las huestes de Kil-Kyron, y que Orosc mantenía a su lado durante todas sus audiencias, para nutrirse de sus buenos (donde buenos quería decir malvados) consejos. Otra de ellas era Celsio Barn, que atendía la cantina del Fuerte Oscuro, situada en el punto más alto de la fortificación.

Celsio Barn era un hombre que amaba su trabajo. Cocinero por vocación, su talento para los fogones le venía de su padre, Herebio Barn, que había sido cocinero de la corte de la gran dama Malsifis del Norte, y había sido expulsado de esta por sus experimentos culinarios con hígados de lagarto y setas venenosas. Herebio Barn había marchado entonces hacia Kil-Kyron con su mujer y su hijo, y había encontrado cobijo bajo el ala del entonces Gran Emperador de los Ejércitos Malignos Vinne Vingard. Celsio Barn, heredando los talentos de su padre, se había ocupado más tarde de la cantina de Kil-Kyron, y llevaba en ella desde antes de que Beredik la Sin Ojos gritase un buen día frente al portón de entrada que deseaba unirse al Gran Emperador Orosc Vlendgeron.

Aunque Celsio Barn apoyaba la causa de Orosc, pues le parecía un hombre decente, no era la motivación que impulsaba su existencia. La motivación que impulsaba su existencia era la restauración; nada le gustaba más que cocinar y atender su cantina. Y lo hacía bien; conocía a todos los habitantes del Fuerte Oscuro, y era el primero en enterarse de los problemas y secretos de los recién llegados. Pese a ser un hombre bajo y escuchimizado, mal afeitado y bastante feo, la mayor parte de los allegados del Mal que residían allí le tenían un considerable respeto, pues se rumoreaba que el Gran Emperador en persona le profesaba su amistad, y visitaba la cantina de vez en cuando después de la hora de cerrar.

Godorik, el magnífico · Página 2

Godorik frunció el ceño.

—¿Le has dicho esto al jefe de planta? —preguntó.

—El jefe de planta pasa de mí —se quejó Keriv—. Se lo he dicho, pero no me hace caso.

—No puede ser que tengamos gente armada en el patio —dijo Godorik, levantándose—. Voy a ver.

Salió de detrás de la ventanilla y fue hacia la terraza. El joven Keriv lo siguió, y le señaló el grupo de gente al que se refería: unas diez personas, unos vestidos como si fueran ejecutivos y otros que parecían más bien mercenarios. Apoyándose sobre la baranda, Godorik creyó distinguir que varios llevaban rifles y otras armas.

—¿Qué hace esta gente aquí? —se preguntó.

—No lo sé —dijo Keriv.

—Esto no puede ser —replicó Godorik—. No creo que estén haciendo nada legal. Voy a bajar y enterarme de qué ocurre.

—Mejor no te acerques mucho a ellos, jefe —advirtió Keriv—. Parecen peligrosos.

—Tranquilo.

Dejó a Keriv en la terraza y bajó las escaleras. Iba a salir al patio, pero nada más cruzar el quicio de la puerta escuchó:

—… tendrá el mismo efecto que contaminar el depósito de agua de la ciudad con un fármaco psicotrópico.

Esto lo había dicho uno de los de pinta de ejecutivo del corrillo reunido en el patio. Godorik se detuvo, sorprendido; se paró junto a la puerta y aguzó el oído.

—No es exactamente eso, pero algo así —dijo otro—. A Gidolet le gustan demasiado las metáforas coloridas.

—Convertirá a los ciudadanos en lo que queramos que sean—dijo el mismo que había hablado antes—. No podemos empezar hasta que las piezas estén fabricadas; pero no es demasiado pronto para comenzar a aniquilar la resistencia.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 1

1

Hacia ya muchos, muchos años que el Bien reinaba en el mundo. A lo ancho y largo de los continentes, las florecillas crecían en los campos, los niños nacían sin malformaciones, y una eterna primavera alegraba el corazón de las gentes, que vivían alegremente ayudándose unos a otros en paz y armonía.

Solo en un lugar quedaba, como un faro de oscuridad, un bastión del Mal. La montaña de Kil-Kanan, situada en el centro del continente del Sur, resistía desde hacía siglos los embates de benignidad que se cernían sobre ella. Sin embargo, cada año parecía perder terreno, lenta, imperceptiblemente; en los últimos cien años, dos aldeas situadas en la falda de Kil-Kanan, que antes eran fieles pueblos oprimidos por el Mal, se habían entregado a las fuerzas del Bien. Con eso, no quedaban más que siete poblados desperdigados por los riscos del monte, además de la fortificación en lo más alto de este: el Fuerte Oscuro de Kil-Kyron.

Sin embargo, lejos de abandonarse a su destino, las fuerzas del Mal luchaban contra este con cada vez más ahínco y tesón. El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron se había convertido en un templo de entrenamiento de las fuerzas de la malignidad, al que acudían clandestinamente jóvenes de todo el mundo que sentían agitarse la maldad dentro de sus corazones, en medio de la sofocante bondad que reinaba en los cuatro continentes. Cuando no podían soportar ver más florecillas, ni escuchar a los sabios y benevolentes bardos de sus aldeas hablar pacientemente sobre el amor, escapaban de sus casas y se encaminaban hacia el Kil-Kanan, que podía verse desde muy lejos; era una montaña muy alta, y su cumbre la negrura se enroscaba sobre sí misma, en la forma de una sombra amenazadora que deseaba devorar sus alrededores.

Algunos llegaban completamente traumatizados. Relataban historias horrendas sobre actos de amistad y compasión, y despertaban en mitad de la noche oyendo aún las risas de niños inocentes. Pero el Fuerte Oscuro de Kil-Kyron los acogía a todos, y los amamantaba de nuevo con su asfixiante negrura y su despiadad maldad, hasta que sus heridas sanaban.

El señor de Kil-Kyron contemplaba todo esto con rabia y frustración. Orosc Vlendgeron, Gran Emperador de los Ejércitos Malignos, gobernaba sobre Kil-Kyron desde hacía ya casi treinta años, y era el más respetado (el único) de los Señores del Mal que aún vagaban sobre la tierra. Decíase de él que era un genio táctico impresionante, y que su mera presencia, por desagradable, ya espantaba a sus enemigos. Lo cierto es que Orosc Vlendgeron jamás había tenido la oportunidad de probarse en una batalla, puesto que los enemigos a su alrededor eran tímidos adoradores del Bien que, por no sesgar vidas sin motivo, nunca empezarían una lucha por su propia voluntad; y él, que realmente tenía algo de buen estratega, había tenido que refrenarse de hacerlo, pues veía que sus posibilidades eran escasas, y que iniciando una guerra solo conseguiría diezmar sus fuerzas y arruinar aún más su causa.

Godorik, el magnífico · Página 1

Godorik Díaz era empleado en una oficina de patentes de la ciudad computerizada de Betonia. Había accedido a este puesto a través del Examen General Informático Oposicional, y llevaba casi diez años atendiendo la ventanilla 35 de la oficina de patentes del nivel 14; un trabajo bastante aburrido que sin embargo a Godorik no le terminaba de disgustar.

Hacía unos meses que Godorik había cumplido los treinta y dos años. Era un hombre de estatura media, pero robusto y bien formado; tenía el cabello marrón ondulado, relativamente largo, la nariz ganchuda y los ojos oscuros. Vivía en un apartamento en el nivel 16, pequeño, pero suficiente para él solo; y estaba relativamente ennoviado con una gestora del nivel 11, unos diez años mayor que él, con la que sin embargo no vivía porque ambos eran de personalidad fuerte y pasaban largas temporadas en las que no se soportaban mutuamente.

Un día, se encontraba Godorik en su ventanilla, tamborileando con los dedos sobre el teclado del generador de informes y esperando aburrido como una ostra a que llegara algún loco esgrimiendo una patente. El día había empezado como cualquier otro, por lo que, cuando se presentó el joven Keriv brincando nervioso, no se pensó que fuese a ocurrir nada extraordinario.

—Eh, jefe llamó su atención el pelirrojo Keriv a través de la ventanilla. Godorik apartó la vista del generador de informes y saludó a Keriv con un movimiento de cabeza.

—¿Qué pasa, Keriv? preguntó.

—Jefe… —el chaval metió la cabeza por la ventanilla y bajó la voz. Godorik no era realmente el jefe de Keriv, que era el conserje de la oficina; pero, como era bastante más mayor que él, el chico lo llamaba así—. Hay unos tipos muy raros reunidos en el patio de atrás. Los he visto desde la terraza.

—¿Unos tipos muy raros? —preguntó Godorik—. ¿Cómo que unos tipos muy raros?

—No sé, jefe —dijo Keriv—. Tienen una pinta muy extraña, y me parece que algunos van armados. Me dan muy mala espina.