Godorik, el magnífico · Página 11

—Bueno, me temo que estabas demasiado ocupado estando inconsciente y muriéndote como para pedirte permiso —remarcó el doctor, alzando una ceja—. ¿Quién eres y cómo te llamas?

Godorik volvió a pensar sobre toda la situación; controló su furia, y dijo:

—Me llamo Godorik Díaz. Soy empleado en una oficina de patentes.

—¿Empleado de patentes? —se extrañó Agarandino—. Sinceramente, yo pensaba que tendrías un trabajo algo más violento… por lo de los tiros y eso.

—No —negó Godorik, logrando incorporarse un poco—. Vi a unos tipos que acababan de matar a tres personas en un callejón oscuro, y, cuando intenté llamar a la policía, me dispararon a mí también. No sé cómo he llegado hasta aquí, pero el señor… Manx —señaló al robot, que seguía molesto y pasando la aspiradora de la forma más brusca posible— dice que me tiraron al Hoyo y que ustedes me recogieron. En cualquier caso, gracias por salvarme la vida.

—De nada —espetó enérgicamente Manni.

—No hay de qué, hombre —dijo Agarandino.

—A todo esto… —se sobresaltó Godorik—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué día es hoy?

—Jueves. Veintisiete de marzo.

—¿De qué año?

—Tranquilo, tranquilo —se rió el doctor—. Del año 557-B. De todas maneras, a no ser que antes de tirarte al Hoyo te metieran en una cámara criogénica, no creo que hayan pasado ni veinticuatro horas desde que te dispararon.

—Menos mal —musitó Godorik.

—¿Ya pensabas que ibas a despertarte en el futuro, en una época completamente distinta a la tuya, o qué? —se burló el doctor—. No, hombre. Eso solo pasa en las holofilmaciones.

—Ya, ya —contestó Godorik—. ¿Cuándo podré levantarme?

—En unos días, como mucho —dijo Agarandino—. ¿Por qué?

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 9

9

—¡Cavad! —exclamó Sore Matancianas—. ¡Vamos, cavad!

El equipo había localizado un almacén de mercancías, situado en las afueras de la ciudad de Aguascristalinas, que se utilizaba para abastecer los territorios del Bien en las cercanías del Kil-Kanan. Tras noquear a un par de ancianitas para robarles palas y herramientas de jardinería, habían puesto en marcha el innovador plan de Sore: cavar un túnel para introducirse en el interior del granero sin que nadie se diera cuenta.

—Yo creo —refunfuñó Avur Vilán, mientras le daba a la pala—, que esto contradice las órdenes que hemos recibido de no hacer nada, solo explorar.

—¿Y qué más da? —cantó alegremente Pati Zanzorn, mientras cavaba entusiasmado—. Si de paso podemos arreglar el problema, mejor que mejor.

—Muy bien, seguid cavando —dijo Sore, que se había erigido en jefe de operaciones—. Mientras tanto, el Fozo y yo nos infiltraremos por la puerta principal y daremos una vuelta por las instalaciones, para poder hacer planos y dirigir mejor el túnel.

—¿Por qué yo, Sore? —preguntó el Fozo—. Yo prefiero cavar.

—Porque necesito algo de músculo por si acaso —repuso Sore—. Venga, vamos.

Así que Sore y el Fozo se dirigieron a la entrada del granero. A pesar de que era un edificio muy grande, en la entrada solo había un único guardia con cara de aburrido, que daba cabezadas.

—Uhm… eh… ¡alto! —llamó, cuando vio que dos muchachos iban a cruzar la puerta sin más ceremonia—. ¿A qué venís aquí? Aquí no se puede entrar.

Anticipándose al subsiguiente intento del Fozo de darle al guardia un golpe en la cabeza que lo dejara grogui, Sore lo detuvo con una mano.

—Somos inspectores de salubridad —dijo, dándose importancia—. Venimos a revisar las instalaciones conforme a la nueva normativa 15-273-B.

—Eso, eso, somos inspectores —asintió el Fozo, después de mirar a Sore con admiración.

—Eh… ah —dijo el guardia—. ¿Qué normativa es esa? No me suena.

—Es una nueva normativa que se comenzó a aplicar en el Norte hace seis meses, y que regula la posición de puertas y ventanas en edificios con usos alimenticios para evitar infecciones bacterianas, según han recomendado los últimos descubrimientos médicos —se enrolló Sore. El Fozo siguió asintiendo, con los ojos muy abiertos y cara de tonto.

—Uh… comprendo —asintió también el guardia, que no ponía tampoco una cara más inteligente que el Fozo—. Pues pasad.

Les abrió la puerta, y pasaron todos dentro.

—Necesitamos que nos muestren todas las puertas, ventanas, conductos y demás salidas al exterior de las instalaciones —exigió Sore.

El guardia los condujo a través de aquel aburrido, bien ordenado y bien aireado granero, y se esmeró en mostrarles todo lo que pidieron. Sore Matancianas tomó nota mental de todo, mientras el Fozo miraba a su alrededor maravillado.

—Bien, muchas gracias —dijo al final Sore, cuando terminó el tour, y estrechó cordialmente la mano del guardia—. Creemos que todo está en orden, y que no serán necesarias reformas.

Salieron de allí, y se alejaron tan rápidamente como pudieron. Sin embargo, a los pocos metros se cruzaron con un druida, que se dirigía hacia el granero.

—Buenos días —les saludó el druida.

—Buenos días —respondió Sore educadamente.

Siguieron adelante, y lo mismo hizo el druida… por un momento. Pero de repente giró sobre sí mismo y observó con más detenimiento a los hombres a los que acababa de saludar.

—¡Alto! —gritó.

Godorik, el magnífico · Página 10

—Sí —asintió el robot—, en el apartamento del doctor Agarandino, y mío, claro. Ya lo he dicho.

—¿Dentro del Hoyo vive gente? —murmuró Godorik, y trató de levantarse. Pero su cuerpo no le respondía correctamente; era como si no fuese su cuerpo, y, pensándolo bien, no lo era.

—Eh eh eh —lo detuvo Manni—. Nada de moverse tan pronto. Acabas de ser operado.

—Esto… —exclamó Godorik, un tanto asustado, mirando sus nuevas manos metálicas— no me responde. ¡Ni siquiera las siento como manos!

—Calma, calma —reiteró Manni.

—¿No voy a poder volver a moverme? —preguntó Godorik, dejándose llevar por el pánico—. ¡Qué demonios!

—No, no, tranquilo —siguió Manni—. En dos o tres días estarás brincando como una pieza de maquinaria recién salida de la fábrica. Pero aún estás bajo los efectos de los calmantes, y tus conexiones neuronales aún tienen que adaptarse a tus nuevas y superiores partes mecánicas.

—¿Nuevas y superiores? —alborotó Godorik, y miró a su alrededor—. ¿Dónde está ese doctor? ¿Hay algún humano con el que pueda hablar?

—¡Ya estamos! —exclamó Manni, muy ofendido—. «¿Hay algún humano con el que pueda hablar?» ¡Todos los humanos sois iguales! ¡Siempre dándonos de lado a los seres mecánicos! ¿Qué pasa, es que no soy más que un trozo de chatarra?

—¿Quién no es más que un trozo de chatarra? —preguntó inocentemente el doctor, entrando en la habitación.

—¡Yo, al parecer! —se escandalizó Manni, y se enfurruñó mientras seguía pasando la aspiradora—. Todos los humanos sois iguales.

—¡Ah, eso! —dijo Agarandino, acercándose a Godorik—. Pensé que nos referíamos aquí a nuestro nuevo amigo, al que hemos convertido en un buen trozo de chatarra. —dio una palmada en la nueva pierna metálica de Godorik—. ¿Qué tal?

—¿Todo esto le parece divertido? —Godorik montó en cólera—. ¡Me ha convertido en una especie de cyborg, sin mi permiso!

Godorik, el magnífico · Página 9

Cuando Godorik despertó, eran las tres de la tarde y no tenía ni idea de dónde estaba. La cabeza le dolía a rabiar, y tenía todo el cuerpo entumecido.

—Aggh… —barbotó— ¿Dónde estoy?

—En casa del doctor Daniel Agarandino, científico, inventor y cirujano —le informó una voz robótica. Manni estaba en la habitación, ordenando los restos del equipo—. Yo soy Manx, unidad robótica 28-B, filólogo computacional y asistente del doctor.

—¿Qué… qué hago aquí? —preguntó Godorik, intentando moverse, y descubriendo de repene que tenía brazos mecánicos—. ¿¡Qué es esto!?

—Con calma, con calma —dijo Manni, encendiendo la aspiradora—. A consecuencia del malfuncionamiento de tus extremidades y órganos internos, ha habido que sustituirlos por unidades de repuesto.

—A consecuencia del malfuncionamiento de… —repitió Godorik, intentando comprender lo que le decían—. ¿¡Y por qué han «malfuncionado» mis extremidades y órganos internos!?

—Oh, no sé —comentó el robot, con sarcasmo—. Podrían haber sido, no sé, los cuatro tiros y la caída de cien metros.

—Los… —murmuró Godorik, recordando de repente—. Ahora me acuerdo… esos tipos del callejón me dispararon, y luego… —hizo un esfuerzo, pero por más que lo intentó no consiguió acordarse de nada de lo que había pasado después—. ¿Cómo he llegado hasta aquí?

—Supongo que los mismos tipos del callejón tuvieron la buena ocurrencia de intentar deshacerse de lo que creían tu cadáver arrojándolo al Hoyo —explicó Manni—. El buen doctor y yo te encontramos y te reparamos. Y tengo que decir, ¡menuda reparación! No he serrado tantos tendones como esta noche en tres años.

—¿Estoy dentro del Hoyo? —se extrañó Godorik.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 8

8

Liderado por el nuevo clon de Pati Zanzorn, el equipo se puso en marcha apenas media hora después. Tristemente, ni siquiera habían terminado de descender por la ladera de la montaña cuando empezaron los problemas. Pati Zanzorn no estaba nada en forma, ni tampoco lo estaba Sore Matancianas; y lo mejor de todo es que nadie sabía muy bien a dónde iban.

—¿Dónde vamos a ir y qué vamos a hacer exactamente? —preguntó Avur Vilán al cabo de un rato, cansada de escuchar a Sore, Zanzorn y el Fozo discutir sobre si la enredadera ahorcadora era autóctona de Kil-Kanan o no. Asimarak Cuu, por su parte, todavía no había dicho una palabra—. ¿Alguien tiene alguna idea?

—Bueno, yo tengo una idea —saltó el Fozo—. Podríamos hacernos pasar por vagabundos e ir a los hogares de vagabundos y hacer que nos den comida gratis.

—¡Qué buena idea! —aplaudió Pati Zanzorn.

—¿Qué? ¡No! —exclamó Sore—. Eso no arreglaría nada.

—¿Por qué no? —preguntó Zanzorn.

—Porque solo nos darían comida para nosotros, y lo que necesitamos es un suministro grande —explicó Sore, un tanto molesto—. Incluso aunque fuéramos muchas veces tendríamos que transportar cada vez cantidades ínfimas de comida de vuelta a Kil-Kyron. Eso no es nada eficiente.

El Fozo frunció el ceño, contrariado.

—No, pero sigue siendo una buena idea —insistió Pati Zanzorn—. Al fin y al cabo tenemos montones de tipos en el fuerte que no nos sirven para nada. Podríamos disfrazarlos a todos de vagabundos y hacer que vayan regularmente a pedir comida en los hogares de vagabundos del Bien, y que luego la lleven de vuelta a Kil-Kyron. Eso no resolverá nuestros problemas de suministros, claramente, pero nos proporcionará suplementos vitamínicos. ¡Y de paso estafaremos al Bien!

—Hum, si quieres verlo así —concedió Sore—. Pero de todas maneras aún tenemos que encontrar una forma de abastecer el fuerte.

—Sí, sí —dijo Pati Zanzorn—, pero esa idea queda anotada.

—Pero entonces, ¿qué hacemos nosotros? —intervino Avur Vilán—. Porque seguimos sin saber a dónde vamos.

—Tengo un plan —Sore Matancianas se hinchó como un globo—. Primero tendremos que localizar el granero más grande de los alrededores del Kil-Kanan…

—Si es muy grande, lo mismo se ve desde aquí —apuntó el Fozo inocentemente, oteando a su alrededor en busca de una torre con el letrero de «GRANERO».

—No digas tonterías, Fozo —se enfurruñó Sore—. Mi plan no solo es genial, ¡es serio! Es una delicada combinación de infiltración y labores de ingeniería encubierta…

—Explica, explica —urgió Pati Zanzorn, muy interesado.

—Ay señor —suspiró Avur Vilán.

Godorik, el magnífico · Página 8

—¿Ya estás refunfuñando otra vez? —gruñó el viejo. Habían llegado a una puerta metálica, sucia y oxidada, junto a un ventanal redondo al final de uno de los pasillos. A través del cristal se veía el exterior: una catarata de desechos y basura cayendo en un pantano parduzco, lleno de exótica vegetación recortada contra un inmaculado cielo azul—. Vamos, Manni. No es para tanto.

Sacó las llaves y abrió la puerta. Manni y él pasaron dentro; el apartamento, que consistía en un cuarto de estar con cocina, una habitación y un baño, tenía el mismo aspecto metálico y destartalado que el pasillo del que venían.

El robot pasó al cuarto del fondo y dejó a Godorik sobre una cama.

—El equipo de diagnóstico está en el armario —indicó el viejo, mientras se cambiaba la bata de parecer un científico loco por la bata de ser, de verdad, un científico loco—. Y probablemente vamos a necesitar material quirúrgico.

Manni trajo el equipo de rayos portátil, y el hombre se puso manos a la obra. Tras hacer un reconocimiento intensivo de lo que quedaba de Godorik, exclamó:

—¡Menudo estropicio! Esto no hay quien lo arregle. Va a haber que reemplazar todas las extremidades, la columna vertebral, y una gran parte de la caja torácica.

—¡Qué barbaridad! —contestó Manni—. No sé si tenemos tantas piezas.

—Pero si tenemos dos depósitos llenos —se extrañó el hombre.

—Bueno, sí, pero esas están todas muy sucias. Piezas limpias no sé si tenemos las necesarias. Voy a ver.

Al cabo de quince minutos, el robot volvió anunciando que sí, que tenían lo que haga falta; y entre los dos empezaron el trabajo. Pasaron la noche en la sala de operaciones de bolsillo que tenían montada en el cuarto, aserrando, recomponiendo, y en general haciendo un hermoso puzzle de restos orgánicos y piezas electrónicas.

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 7

7

Vlendgeron suspiró.

—Os explicaré ahora en qué consistirá vuestra misión —dijo—. Como bien sabéis, la situación de nuestros suministros es catastrófica. El Kil-Kanan, siendo una montaña del Mal, no es especialmente fértil… y no conseguimos hacer crecer en sus laderas más que champiñones, y algún que otro cargamento de brócoli, lo cual es bastante desmoralizante, puesto que el brócoli (debido a su alto contenido en vitaminas y minerales) es considerado generalmente un alimento del Bien.

» Nuestra mayor fuente de víveres es el saqueo de los carromatos de abastecimiento benignos que se aventuran cerca de Kil-Kyron. Sin embargo, aunque asaltásemos todas las caravanas dentro de nuestro alcance, no solucionaríamos nuestros problemas de aprovisionamiento; aún peor, conseguiríamos que cada vez menos envíos se acercasen al fuerte, comprometiendo así nuestros propios intereses. Es evidente que debemos encontrar otra solución a nuestro problema, cuanto antes mejor.

» Sin embargo, no parece que haya otra solución permanente que no sea anexionar nuevos territorios, en los que poder cultivar todo lo que Kil-Kanan, en su infinita maldad, no nos da. Pero esto no es posible, por el momento; aunque podamos lanzar un ataque sorpresa sobre algunas áreas cercanas, no tenemos capacidad para mantenerlas en nuestro poder frente a las abrumadoras fuerzas del Bien. Por tanto, no nos queda más remedio que buscar otra forma de resolver nuestro problema, aunque sea de forma temporal.

» Y aquí es donde entráis en juego vosotros. Deberéis viajar a las tierras de la Bondad, e infiltraros allí como espías, con el objetivo de encontrar algún lugar o alguna manera de que Kil-Kyron pueda obtener nuevos cargamentos de víveres. Una ruta comercial especialmente desprotegida, una nave de almacenamiento fácil de saquear… cualquier cosa; tendréis que mantener los ojos bien abiertos, a fin de que no se os escape ninguna oportunidad. Pero no hagáis nada: vuestra labor es nada más que volver con información útil, y una vez que la traigáis, yo decidiré si actuar o no. ¿Lo habéis entendido?

—Sí, señor —contestó Sore, muy entusiasta. Los demás asintieron con la cabeza.

—¿Ninguna duda? —repitió Vlendgeron, un tanto escéptico.

—¡Ninguna ninguna! —exclamó el Fozo—. Solo tenemos que ir, preguntarles dónde guardan la comida…

—¡Cállate, Fozo! —se retorció Sore—. Lo hemos entendido perfectamente —aseguró al Señor del Mal.

—En realidad, yo tengo una duda —saltó Vilán.

—Dime —suspiró Vlendgeron.

—Cuando decís que no podemos «hacer nada», ¿queréis decir que ni siquera podemos dejar que nos vean? ¿O solo que no intentemos asaltar y conquistar nada por nuestra cuenta?

—Más bien lo segundo —respondió Vlendgeron—. Quiero decir que no hagáis nada que podáis lamentar sin consentimiento previo. Nada, ¿está eso claro? Y cuanto menos os vean, mejor.

—De acuerdo —aceptó Vilán, aún un tanto confundida.

—Bien —se lamentó Orosc—. De todas maneras, Pati Zanzorn os acompañará y supervisará.

—¿Qué? ¡No! —exclamó Sore—. ¡No se puede arriesgar al jefe de inteligencia en una misión! ¡Es demasiado peligroso!

—¡Oh, no importa! —comentó Zanzorn, alegremente—. Tengo el poder de multiplicarme y crear dobles de mí mismo. —y, como si fuera lo más normal del mundo, empezó a brillar y a partirse en dos como si fuera una ameba; un momento después, había dos Pati Zanzorn, exactamente iguales entre sí—. Puedo mandar a uno de mis clones con vosotros.

—La mitad del equipo de inteligencia está compuesto por Pati Zanzorns —gruñó Orosc Vlendgeron, como si se preguntase internamente en qué momento exacto su vida había dado un giro hacia el absurdo.

—Yo iré con vosotros —dijo el clon recién nacido, y un instante después saludó—. ¡Hola, mundo!

Godorik, el magnífico · Página 7

Los otros tres cayeron los doscientos metros que había hasta la asquerosa sopa de residuos que cubría el fondo del Hoyo, y que luego era conducida lejos de allí a través de una serie de conductos. Pero Godorik se quedó a medio camino. Con gran estrépito, cayó sobre una pila de basura orgánica en un contenedor fijado a uno de los lados del Hoyo.

Un momento después, un robot último modelo apareció por por la estrecha galería que llevaba a aquel contenedor.

—¿Qué es esto? —se pregunto, con voz metálica y estridente, al fijarse en el cuerpo inmóvil y grotescamente sucio de Godorik— ¡Un desecho humano! —exclamó, acercándose para examinarlo con más detenimiento. No debió de deducir nada concluyente, o quizás sí; el caso es que unos segundos después dio media vuelta, y se marchó.

Tras un par de minutos, volvió en compañía de un anciano arrugado, con una perilla ridícula y vestido como uno esperaría que se vistiese un científico loco.

—Ya sé que a veces tiran humanos, Manx —decía—. Así que, ¿qué tiene de especial?

—Bueno —respondió Manx, el robot—, no estoy seguro de que este esté muerto del todo.

—¿No? —se extrañó el hombre—. ¿Ha caído hasta aquí? ¿Vivo?

El robot emitió aquel pitido tan molesto que era para un robot el equivalente a encogerse de hombros. El viejo gruñó, y con inesperada agilidad comenzó a escalar el contenedor, hasta llegar a la altura de Godorik.

—Tienes razón, Manni —concedió, tras examinar el cuerpo por un momento—. Todavía respira.

—Ya te lo he dicho —se quejó Manx—. ¿Qué hacemos con él?

—Ya veremos —dijo el hombre—. De momento, llévalo a casa.

El robot subió a lo alto del contenedor de un salto y se echó el aún-no-cadáver de Godorik al hombro.

—Con delicadeza —protestó el viejo.

—Con delicadeza —se burló Manx, y siguió refunfuñando mientras transportaba a Godorik a través de un laberinto de galerías y pasillos—. Sí, sí, con delicadeza. Haz esto, Manni, haz lo otro, Manni, transporta este fiambre a la casa, Manni. ¡Pero con delicadeza, eh!

El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 6

6

—Bien, siervos del Mal —bramó Orosc Vlendgeron, erguido sobre el trono del Gran Emperador de los Ejércitos Malignos—, os he convocado aquí porque habéis sido seleccionados para formar parte del equipo especial que llevará a cabo una importante y peligrosa misión.

Los cuatro convocados asintieron, haciendo una reverencia ante el señor de Kil-Kyron. Una delgada y tenebrosa figura, vestida con una túnica negra y cubierta con una enorme capucha, avanzó desde las sombras y se situó junto al asiento que normalmente solía ocupar la vidente Beredik, la Sin Ojos.

—Las órdenes que vais a recibir no son cosa baladí —siguió tronando Vlendgeron—; de ellas pude muy bien depender nuestra supervivencia, y la de toda maldad. Espero que comprendáis la importancia del éxito de esta misión en la que vais a arriesgar vuestras vidas: la Operación Avista la Vaca. Que conste que yo no le he puesto ese nombre —añadió un momento después.

—He sido yo —intervino la siniestra figura encapuchada, soltando una risita de alborozo.

Sore Matancianas y el Fozo intercambiaron una mirada de desconcierto. Lo mismo hicieron los otros dos seleccionados.

—¡Hola, mundo! —exclamó la figura con voz muy aguda, saludando con la mano.

—¡Ejem! —carraspeó Orosc—. Permitidme que os presente a Pati Zanzorn, mi jefe de inteligencia y espionaje, y director de esta misión.

—¡Bien! —la figura avanzó un poco más, dejando intuir bajo su capucha un rostro muy blanco y chupado—. Los seleccionados para esta vital Operación: Avista la Vaca son —sacó de entre sus ropajes un montón de papeles que los chicos reconocieron como las hojas en las que habían tenido que apuntar sus datos, y comenzó a leer—: Asimarak Cuu, escogido por saber sostener un sable sin cortarse; el… ¿el Fozo? —se acercó los papeles a la cara, como si no estuviese seguro de si estaba leyendo bien.

—¿Has puesto «el Fozo» donde te pedían el nombre? —se extrañó Sore.

—Bueno, así me llaman, ¿no? —el Fozo se encogió de hombros. Zanzorn esbozó una mueca sorprendida, y continuó leyendo:

—… el Fozo, por estar cuadrado; Sore Matancianas, por tener cerebro; y Avur Vilán, porque en el equipo tenía que haber una chica.

—¿Qué? —exclamó Avur Vilán.

—¿Qué? —saltó Orosc Vlendgeron—. ¿De qué estás hablando? ¡Esto es el dominio del Mal! —bramó—. ¡Aquí no hay paridad de género! Quita a esa chica de la lista.

—Hmm, cierto —concedió Zanzorn—. Avur Vilán: fuera.

—¿Qué estáis diciendo? —protestó Avur Vilán—. ¡Yo sé hacer cosas!

—¿Ah, sí? —se soprendió el jefe de inteligencia—. ¿Qué sabes hacer?

—¡Tengo un arco, y sé cómo usarlo! —afirmó la chica—. ¡Me hicísteis disparar contra una lata durante la selección!

—¡Ah, eso! —recordó Zanzorn—. Es verdad. Está bien, está bien; pues de nuevo en el equipo.

Godorik, el magnífico · Página 6

Godorik sacudió la cabeza, atónito ante todo lo que estaba escuchando. Pero, en cualquier caso, todo aquello había ido demasiado lejos; tenía que avisar a la policía. Sacó su teledatáfono y se apresuró a conectar con el servicio de emergencia… con la mala fortuna de que su aparato no estaba silenciado, y al tratar de conectar empezó a emitir un sonido delator.

—¿Quién hay ahí? —gritó el primero de los escopetados, dando la vuelta a la esquina sin perder un momento. Godorik tampoco se hizo esperar, y echó a correr tan rápido como pudo. Pero no fue suficiente; el hombre disparó de inmediato, acertando a la primera, y dando otros cuantos tiros por si acaso. Godorik se desplomó, herido de gravedad.

—Cabrones —barbotó.

—Eh —dijo el segundo hombre, torciendo la esquina también—. ¿No es ese el tipo de esta mañana?

—Maldito espía podrido —dijo el primero—. Seguro que es un agente del gobierno, que está intentando jugar todos los frentes y deshacerse de Gidolet cuando ya no le sea útil. —levantó de nuevo el arma, tentado de dar un par de tiros más—. Pero este ya no se levanta.

—¿Qué vamos a hacer con los cadáveres? —preguntó el segundo.

—Los echaremos al Hoyo —contestó el primero.

El Hoyo era como popularmente se conocía a la Unidad Dispensadora de Residuos. Recibía este nombre porque se trataba de un gigantesco agujero en el suelo, que atravesaba todos los niveles, y donde la gente iba a tirar la basura.

Hasta allí arrastraron los mercenarios los cuatro cuerpos inmóviles de los dos gordos, el joven, y Godorik. Los muy escasos transeúntes que había en la calle a esa hora se esforzaron cuanto pudieron en no fijarse en la extraña comitiva, y en quitarse de en medio lo antes posible. Sin más ceremonia, los escopetados arrojaron los cuerpos al Hoyo, y después perdieron todo el interés.